Sí, Noé cumplió la orden divina y embarcó en el arca
un macho y una hembra de cada especie animal. Pero durante los cuarenta días y
las cuarenta noches del diluvio ¿qué sucedió? Las bestias ¿resistieron las
tentaciones de la convivencia y del encierro forzoso? Los animales salvajes,
las fieras de los bosques y de los desiertos ¿se sometieron a las reglas de la
urbanidad? La compañía, dentro del mismo barco, de las eternas víctimas y de
los eternos victimarios ¿no desataría ningún crimen? Estoy viendo al león, al
oso y a la víbora mandar al otro mundo, de un zarpazo o de una mordedura, a un
pobre animalito indefenso. ¿Y quiénes serían los más indefensos sino los más
hermosos? Porque los hermosos no tienen otra protección que su belleza. ¿De qué
les serviría la belleza en un navío colmado de pasajeros de todas clases, todos
asustados y malhumorados, muchos de ellos asesinos profesionales, individuos de
mal carácter y sujetos de avería? Sólo se salvarían los de piel más dura, los
de carne menos apetecible, los erizados de púas, de cuernos, de garras y de
picos, los que alojan el veneno, los que se ocultan en la sombra, los más feos
y los más fuertes. Cuando al cabo del diluvio Noé descendió a tierra, repobló
el mundo con los sobrevivientes. Pero las criaturas más hermosas, las más
delicadas y gratuitas, los puros lujos con que Dios, en la embriaguez de la
Creación, había adornado el planeta, aquellas criaturas al lado de las cuales
el pavorreal y la gacela son horribles mamarrachos y la liebre una fiera
sanguinaria, ay, aquellas criaturas no descendieron del arca de Noé.
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