Tespio tenía cincuenta hijos gemelos, tan
parecidos entre sí que no había manera de identificarlos. El mayor, Clístenes,
viajó a la gran ciudad de Tebas, ahí conoció a una joven llamada Filis, se
enamoró perdidamente de ella y la pidió a sus padres en matrimonio. Los padres
consintieron, no sin advertirle a Clístenes que Filis había sido educada en los
rigores de la castidad y que nada sabía de las prácticas amorosas. “Deberá
tenerle un poco de paciencia”, añadió la madre, “pero con el tiempo aprenderá”.
Para alardear de su potencia viril y, de paso, apresurar la educación de
aquella inexperta, Clístenes ideó un plan: la noche de bodas satisfizo por
siete veces consecutivas el débito conyugal y después abandonó la alcoba con el
pretexto de ir a beber un vaso de agua. Entonces sus cuarenta y nueve hermanos
fueron reemplazándolo, uno por vez, en las funciones de marido. Filis creyó que
era siempre Clístenes el que entraba y salía, de modo que a todos los acogió
con entusiasmo.
Al amanecer, Clístenes se dispuso a dormir. Filis rezongó malhumorada: “Vaya,
te duermes. Si en la noche de bodas te muestras tan remolón, lindo porvenir el
mío”. Clístenes huyó a Macedonia, donde se hizo sacerdote de Vesta.
El jardín de las delicias. Marco Denevi. 1992.
No hay comentarios:
Publicar un comentario