“Apúrate,
m’hija, se hace de noche y no me gusta que vayas sola por esos caminos de
Dios…”
Mercedes
sonríe y esconde su mirada azul en el pocillo negro de café que sostiene en el
cuenco de sus manos.
Lo que la
tía ignora es que a la salida del pueblo la espera Vitorino. Cada noche, cuando
vuelve a su casa, él la acompaña. Ella solo ve la punta de su cigarro,
brillante como una pequeña luz inquieta, bailarina entre los dedos del
pretendiente que, respetuoso, no le dirige la palabra y mantiene las
distancias. A Mercedes le agrada esta reserva, intuye su presencia y se sabe
bien escoltada.
Lo que
Mercedes ignora, es que Vitorino no ha fumado en su vida.
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