Orfeo recordó lo
que los reyes de la Muerte le habían prevenido: «Podrás llevarte,
resucitada, a Eurídice; vete, y Eurídice te seguirá: pero cuando
salgas de este subterráneo de sombras no debes mirar hacia atrás;
si lo haces, perderás para siempre a Eurídice».
Entonces
Orfeo, comprendiendo que de nada le serviría porque él, por
naturaleza, no estaba hecho para amar a ninguna mujer, tomó la
delantera y por encima del hombro miró a Eurídice.
Desde
el fondo del infierno oyó, como en un lejano eco, la voz de las dos
veces muerta Eurídice. Y ese «adiós» sonó con todo el desprecio
de una mujer muy mujer a un hombre poco hombre.
El gato de Cheshire, 1965.
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