Y
sólo esa vez, porque era asunto de vida o muerte, abandoné mi
condición, me fui hasta el último extremo, hasta el vórtice donde
todo credo se difumina y extingue inútilmente; lo divisé a lo
lejos, le hice señas desesperadas con los brazos y se detuvo, abrí
la puerta y entré, y me senté, y le di la dirección, le dije que
me urgía, que estaba retrasado y arrancó.
El
tacómetro osciló entre las ocho mil revoluciones por minuto y me
dijo que por nada me debería preocupar, que mis temores se
disiparían, que para eso estaba él, que me hiciera el desentendido,
como si fuera mi carro, y él mi chofer, el espacio, el tiempo, todos
míos, y así evadió las rotondas congestionadas, pulsó su bocina,
burló las calles dañadas, se arrojó sobre los semáforos en rojo
con furia y convicción, sin usted me decía, no estaría aquí
ganándome el pan, sin usted sería improbable que tenga derecho a
otro día, a exigir mi ración de aire y de sol, dribló
violentamente, aceleró hacia unos niños que jugaban bola en media
calle, palidecí, casi sobre ellos, los vi correr, lanzarse como
auténticos guardametas hacia la acera, y bajo el auto, sentimos el
golpe de las llantas, el brinco elemental, embistiendo, topando,
destripando, aplastando y triturando el balón, hombre le dije, no es
para tanto, cierto que tengo prisa, y me respondió, no diga
estupideces, ellos son peatones, ellos no son como usted que debe
llegar a su destino, (por que lo tiene), sin demora, sin dilación, y
yo tengo la misión impostergable de que así sea, y saltando altos,
subiendo aceras, tronchando flores, arrancando postes, señales,
órdenes, mientras la gente huía para no perecer en el guardabarros,
guardavértebras, guardacráneos, agregó, usted existe, porque se
mueve, y sabe a dónde va, el punto no es estar, sino ir, y comencé
a observar que aquello era cierto, que yo era resumen, globalidad,
acelere le dije, y lo hizo, bajé la ventanilla para sentir el viento
soplando para mí, y sentí la belleza de saber cada metro de manto
asfáltico para mí, predestinadamente, vi las tiendas, los bancos,
los parques, las fábricas, las casas, todos a mí alrededor
desaparecían en mi transcurso, se quedaban atrás en mi
desplazamiento y me sentí capaz de retenerlos si quería, y no
quise, acelere, porque era yo el que iba, solo yo; fue cuando la
muchacha se quedó plantada en mitad de la calle, asimilando con la
mirada lo que sus piernas no podían, acelere, y vi la trompa del
carro partiéndola en dos, nos carcajeamos, vio la cara que puso, vio
el temblor de los labios, el vértigo, cómo estallaba, sus cabellos
revueltos, su cabeza estrellándose cómo un cometa en el parabrisas,
sí, pero mire como lo dejó, y me dice, eso no es problema y la
bomba de agua se acciona con su agua jabonosa e higiénica, con sus
chorritos limpiadores no dejó un cabello, ni un coágulo, usted
tiene razón, todo está en función mía, acelere, todos me sirven
porque yo pago puntual mis impuestos, el cable, el celular, tengo
estudios, porque no era otro objeto que se queda detenido en esta
ciudad falsa, de cartón piedra, sostenida por hilos de pescar desde
el cielo, San José de Costa Rica era mía porque pagaba, acelere,
destruíamos quioscos, aplastábamos frutas, sacábamos la cabeza por
la ventana para insultar a los que doblaban la espalda, para los que
voceaban eventos ajenos, para los que extendían la mano, hacíamos
tiro al blanco con escupitajos a los ancianos y a las mujeres
embarazadas, a los que recogían preciadas etiquetas, acelere, veía
los zapatos, las horas, todos se quedaban atrás, porque yo era el
único que iba, y nada iba a detenerme, tomamos la recta final, y
dejamos rezagados autos, sueños y signos, los ejemplos de la más
ecuánime mediocridad, el chofer frenó y el carro chilló veinte
metros más, saqué complacido mi billetera, le di mil gracias, le
pagué, abrí la puerta y cuando puse mi pie en tierra, sentí el
hondo vacío de la materia, el desolador y vasto paisaje de las
avenidas, me puse a temblar, con horror y alacranes en el estómago
sentí que volvía a convertirme en un peatón.
Variaciones para una ficción, Germán Hernández. 2010.
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