miércoles, 15 de noviembre de 2017
Paraíso al revés. Rogelio Guedea.
Picando
una cebolla la otra tarde me rebané un dedo, prácticamente me corté
la yema. Entonces lo que hice fue pegarla otra vez. La dejé ahí
creyendo que se adheriría de nuevo a la carne y sus fibras
recobrarían la entereza de antes, fundiéndose y confundiéndose con
sus fibras hermanas, brevemente ausentes. Pero no fue así. El trozo
de piel quedó mal, pegado como por encima, endeble de uno a otro
borde. Entonces pensé que eso pasaba un poco como cuando una mujer
que amamos nos deja un buen día y, al siguiente, intentamos
recuperarla, algo así de su carne ya no termina de adherirse bien a
la nuestra, ni sus ojos nos miran como antes en el desayuno, ni sus
manos nos acarician la espalda de la misma manera tierna al regresar
del trabajo, y su alma como su amor queda colgando de un hilo, en las
orillas del viento, a la deriva, y entrada la noche uno, quebrado en
dos pedazos, termina andando por las calles peor que un fantasma.
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