En
el silencio absoluto tronó la voz estremecedora: ¡Hágase la luz!
Las
partículas de oscuridad, flotando en el infinito espacio,
percibieron una vibración y se miraron entre sí, azoradas. Aún no
existía la palabra luz, ni la palabra hágase, ni siquiera el
concepto palabra. Y la noche perduró inconmovida.
¡HÁGASE
LA LUZ! volvió a ordenar la voz, ya más perentoria.
Sin
resultado alguno.
Entonces,
en la opacidad reinante, Aquél de las palabras recién estrenadas
hubo de concentrar su esencia hasta producir algo como un
protuberante punto condensado que al ser oprimido hizo clic. Y cundió
la claridad como un destello. Y se pudo oír la queja de ese Alguien:
-¡Ufa!
¡Tengo que hacerlo todo Yo!
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