La leyenda dice que cuando partió el ejército del rey, el mayor ejército que habían conocido los tiempos, a luchar a tierras infieles, no pudo incorporarse él, uno de los mejores caballeros, porque se encontraba postrado, convaleciente de una inoportuna enfermedad, y era incapaz de sostenerse en pie.
Todos los días rezaba por restablecerse para partir y unirse cuanto antes a las tropas de su señor. Pero tardó tres meses en recuperar las fuerzas y encontrase en condiciones de luchar.
Salió una mañanita de fines de verano. Montaba una burra vieja, pues el rey su señor había entregado todos los caballos de aquellas tierras a sus tropas.
Caminó durante un año y no encontró rastros ni de ejércitos ni de combates. Juzgó que no podían estar lejos.
Un día entró en un bosque de cañas secas, meras estacas sin ramas, en el que no había pájaros ni animales, de suelo irregular, y en el que esa noche soñó con fuegos nocturnos y guerreros felices. Estuvo atravesándolo durante quince días. Una tarde vio que colgaba de una de las cañas un girón de tela. Al extenderlo descubrió que eran los restos del estandarte real. Entonces comprendió que debajo de aquel suelo estaba el ejército más poderoso de la historia. No estaba en un bosque. Eran lanzas enemigas, clavadas en los cuerpos de los que cayeron.
jueves, 17 de julio de 2025
Otra leyenda medieval. Emilio Gavilanes.
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