Por segunda vez en lo que va de noche, llora.
Antonio tarda menos de un minuto en levantarse de la cama y acudir al cuarto de
María, su hija, pero cuando entorna la puerta ella ya ha callado. Como siempre.
La misma rutina que se repite todas las noches desde que encontró a Alicia en
la bañera.
En la habitación de la niña hace frío, y Antonio se
frota los antebrazos desnudos antes de entrar. Sabe que Alicia, su mujer, está
allí. Como siempre. Nunca ha sido capaz de llegar antes que ella a atender a la
niña, y por lo que parece eso no va a cambiar. Alicia le sonríe cuando lo ve
allí, parado en el umbral, con ese esbozo de sonrisa que tanto le entristece.
Pero Antonio no protesta, no le reprocha nada. Se limita a quedarse allí,
apoyado en la jamba de la puerta del cuarto de su hija, mientras ve cómo su
madre la sostiene entre sus brazos, cómo la acuna, cómo le susurra palabras en
su oído. Palabras que él no entiende, que prefiere no entender.
María tiene los ojos cerrados, se deja querer. Tiene
el chupete en la boca y succiona de esa forma tan característica, tan adorable.
Todavía no ha cumplido un año, y Antonio ha pensado varias veces en volver a
ubicar la cuna en su dormitorio. No lo hace porque fue una decisión de ambos
llevar a la niña a su propia habitación, y no quiere entristecer a Alicia. Eso
dice. Eso quiere creer. La realidad es que tampoco se siente con fuerzas para
encontrarse con Alicia en su propia cama todas las noches. Allí, en el cuarto
de la niña, sentada en la mecedora, con María entre los brazos, se la ve
hermosa. Si estuviera más cerca, si pretendiera tocarle, Antonio sabe con
certeza que echaría a correr.
María se queda dormida y Alicia la deposita con
cuidado de nuevo en la cuna. Mientras lo hace le sonríe, esa sonrisa triste
desdibujada, y cuando termina levanta la mano izquierda en señal de despedida.
Antonio puede ver las cicatrices en forma de cruz en su muñeca desnuda, porque
Alicia está vestida con la misma ropa que llevaba cuando la encontró, hace ya
más de dos meses, tumbada en la bañera, medio sumergida en el agua turbia. Solo
lleva puesta su ropa interior, y su presencia en el cuarto de la niña es
perturbadora. Alicia se despide de nuevo y después, ajena a la gravedad de la
situación, simplemente se desvanece. Como si nunca hubiera estado allí.
La temperatura del cuarto asciende con rapidez
varios grados, y Antonio se decide, entra y acaricia la cabeza de la niña antes
de salir de nuevo y cerrar la puerta tras él.
Vuelve al dormitorio, se tumba en esa cama que ya no
es de ellos, sino suya. Una cama demasiado grande, demasiado vacía. Piensa en
Alicia. En su sonrisa triste, en su perenne tristeza, en su depresión. Y por
segunda vez en lo que va de noche, llora.
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