Julia Herrán, mi tía, era una persona enjuta y
empecinada. Dura discutidora, a esta mujer que, a juzgar por las fotos de su
juventud, había sido muy guapa, nada la achantaba… excepto las tormentas.
Cuando, al final del verano, aparecían las nubes negras y comenzaba a tronar,
se metía en la cama y empezaba a recitar una interminable retahíla de
jaculatorias dirigidas a Santa Bárbara. Un domingo, a la salida de misa, mi tía
esperó a que don Fermín Cestona, el cura vasco de mi pueblo, se despojara de su
casulla y saliera a la calle para plantearle no sé qué asunto. Fue el caso que
la charla devino en discusión y el tono de las voces subió. Al fin, don Fermín,
incapaz de convencerla, pretendió concluir la discusión diciendo: -Señora,
usted no tiene lógica. -Pues mire, señor cura –contestó mi tía- yo, sin lógica,
he tenido cuatro hijos.
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