“Apoyaban
los cuerpos contra el muro y luego disparaban”. Así se lo contó
un anciano que casi masticaba las palabras. “Sigue aquel sendero,
deja atrás el cementerio, y verás, a lo lejos, las ruinas de lo que
antaño fue una casa. El muro que queda en pie fue el testigo, el
único herido por las balas.”
El
viajero no encontró un alma por las calles, estaban cerradas puertas
y ventanas. Solo las golondrinas llenaban con su vuelo una estampa
que, de no ser así, parecería la de un lugar habitado solo por
fantasmas.
El
muro lo acogió con un calor de piedra al mediodía, dejó que tocara
sus heridas y que sintiera en sus manos que las piedras saben muy
bien guardar el dolor que llevaron los hombres y mujeres muy dentro
en sus entrañas.
Hoy
las golondrinas de entonces ya están muertas, como muerto está el
aire alrededor de aquellas piedras y el alma de lo que fue la casa, y
solo queda en pie la piedra herida en la que habita impasible la
memoria.
Excelente escritora, he leído dos cuentos suyos y me gustaron mucho.
ResponderEliminarMuchas gracias por tus palabras. Me alegro de que te hayan gustado.
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