viernes, 4 de agosto de 2017

Mi padre. Manuel Toro.

De niño siempre tuve el temor de que mi padre fuera un cobarde. No porque le viera correr seguido de cerca por un machete como vi tantas veces a Paco el Gallina y a Quino Pascual. ¡Pero era tan diferente a los papás de mis compañeros de clase! En aquella escuela de barrio donde el valor era la virtud suprema, yo bebía el acíbar de ser el hijo de un hombre que ni siquiera usaba cuchillo. ¡Cómo envidiaba a mis compañeros que relataban una y otra vez sin cansarse nunca las hazañas de sus progenitores! Nolasco Rivera había desarmado a dos guardias insulares. A Perico Lugo lo dejaron por muerto en un zanjón con veintitrés tajos de perrillo. Felipe Chaveta lucía una hermosa herida desde la sien hasta el mentón.
Mi padre, mi pobre padre, no tenía ni una sola cicatriz en el cuerpo. Acababa de comprobarlo con gran pena mientras nos bañábamos en el río aquella tarde sabatina en que como de costumbre veníamos de voltear las telas de tabaco. Ahora seguía yo sus pasos hundiendo mis pies descalzos en el tibio polvo del camino y haciendo sonar mi trompeta. Era esta un tallo de amapola al que mi padre con aquella su mansa habilidad para todas las cosas pequeñas había convertido en trompeta con sólo hacerle una incisión longitudinal.
Al pasar frente a la Aurora me dijo.
-Entremos aquí. No tengo cigarrillos para la noche.
Del asombro por poco me trago la trompeta. Porque papá nunca entraba a La Aurora, punto de reunión de todos los guapos del barrio. Allí se jugaba baraja, se bebía ron y casi siempre se daban tajos. Unos tajos de machete que convertían brazos nervudos en cortos muñones. Unos tajos largos de navaja que echaba afuera los intestinos. Unos tajos hondos de puñal por los que salía la sangre y se entraba la muerte.
Después de dar las buenas tardes, papá pidió cigarros. Los iba escogiendo uno a uno con fruición de fumador, palpándolos entre los dedos, llevándolos a la nariz para percibir su aroma. Yo, pegado al mostrador forrado de zinc, trataba de esconderme entre los pantalones de papá. Sin atreverme a tocar mi trompeta, pareciéndome que ofendía a los guapetones hasta con mi aliento, miraba a hurtadillas de una a otra esquina del ventorrilo. Acostado sobre la estiva de arroz veía a José el Tuerto comer pan y salchichón echándole los pellejitos al perro sarnoso que los atrapaba en el aire con un ruido seco de dientes. En la mesita del lado tallaban con una baraja sucia Nolasco Rivera, Perico Lugo, Chus Maurosa y un colorao que yo no conocía. En un tablero colocado sobre un barril se jugaba dominó. Un grupo de curiosos seguía de cerca las jugadas. Todos bebían ron.
Fue el colorao el de la provocación. Se acercó donde papá alargándole la botella de la que ya todos habían bebido:
-Dese un palo, don.
-Muchas gracias, pero yo no puedo tomar.
-Ah, ¿con que me desprecia porque soy un pelao?
-No es eso, amigo. Es que no puedo tomar. Déselo usted un mi nombre.
-Este palo se lo da usted o ca… se lo echo por la cabeza.
Lo intentó pero no pudo. El empellón de papá lo arrojó contra el barril de macarelas. Se levantó medio aturdido por el ron y por el golpe y palpándose el cinturón con ambas manos dijo:
-Está usted de suerte, viejito, porque ando desarmao.
-A ver, préstenle un cuchillo-. Yo no podía creerlo pero era papá el que hablaba.
Todavía al recordarlo un escalofrío me corre el cuerpo. Veinte manos se hundieron en las camisetas sucias, en los pantalones raídos, en las botas enlodadas, en todos los sitios en que un hombre sabe guardar su arma. Veinte manos surgieron ofreciendo en silencio de jíbaro encastado el cuchillo casero, el puñal de tres filos, la sevillana corva…
-Amigo, escoja el que más le guste.
-Mire don, yo soy un hombre guapo pero usté es más que yo-. Así dijo el colorao y salió de la tienda con pasito lento.
Pagó papá sus cigarros, dio las buenas tardes y salimos. Al bajar el escaloncito escuché al Tuerto decir con admiración:
-Ahí va un macho completo.
Mi trompeta de amapola tocaba a triunfo. ¡Dios mío que llegue el lunes para contárselo a los muchachos!





El cuento. Revista de la imaginación. 143 .

15 comentarios:

  1. "Mi padre" es un cuento de estilo tradicional en cuanto a estructura se refiere. Su lenguaje es para toda clase de público. Explora los sentimientos de un niño con relación a la figura de su padre enmarcado en una sociedad con un concepto limitado de lo que es la valentía.

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  2. Muy buen comentario, Jose Ángel, gracias. Es muy buen cuento.

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  4. Que quiere decir "yo bebía el acibar de ser el hijo de un hombre que ni siquiera usaba cuchillo"?

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    1. Bebía la amargura de ser hijo de alguien que no usaba ni un cuchillo.

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  5. El cuento estuvo expectacular👏

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