El hombre que cada noche duerme en el portal, hoy lo he sabido, no es más que un contratado del ayuntamiento. Blindado por una coraza de cartones, y escoltado en sus correrías por un escobón con el que, supongo, se quita las legañas, y por un carrito construido con alambres y despojos, resulta que este tipo no es más que un maldito contratado por los oscuros funcionarios municipales. ¿Merecemos los honrados ciudadanos algo así? ¿Por qué nos trata como a imbéciles el ayuntamiento? ¿Creían que aquí nos chupábamos el dedo? Me ha costado, pero ahora, todo encaja. Puedo parecer estúpido, pero a mí no me la dan. El ayuntamiento contrata a estos tipos para que sepamos qué es lo que nos ocurriría de no levantarnos cuando es todavía de noches, de no coger el metro cada mañana y aguantar durante ocho horas las trágalas del jefe de taller, de no volver ya oscurecido al lugar donde nos está esperando el hombre que se blinda con cartones y apesta como una bodega, fiel esbirro, ya digo, del ayuntamiento. Entonces, sorteamos como podemos al tipejo, esperamos el ascensor, llegamos derrumbados a casa, besamos a la niña que está haciendo los deberes en el cuarto, ponemos el despertador a las seis y media y comenzamos a soñar en el adosado ese de la zona residencial, con vallas electrificadas y todo, para que no se cuelen los malditos esbirros del ayuntamiento.
Antología del microrrelato español. (1906 - 2011).
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