Soñó
que el mamut muerto en el último invierno, el mamut más formidable, más temible
y de más estremecedor pelaje oscuro que viera en su azarosa vida de cazador,
volvía a buscarlo a él, de entre todos los hambrientos de la tribu que
intervinieron en la cacería, solo a él.
Después,
la visión se trasladó a la realidad y el mamut aparecía, irremediable, en
cualquier momento de la noche o cuando el fuego de la caverna volvía a la
ceniza o aun mimetizado en la lluvia, en la niebla o en la humareda de los
bosques incendiados. Entonces cerró todas las formas de luz a la alucinación y
se arrancó los ojos para no verlo más. Pero el mamut volvía siempre,
irremediable, porque en el mundo de los ciegos, los ciegos ven.
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