Aquel
hombre vio cómo su hijo
cogía
una piedra, tomaba impulso, la lanzaba contra un cristal -que saltó
en pedazos- y salía corriendo.
Recordó
que, treinta y seis años antes, él había hecho exactamente lo
mismo.
Ahora
miró al dueño de la tienda
salir
a toda prisa, quedarse mirando la calle sin gente, y cómo lo invadía
la desesperación por aquella pérdida.
Veía,
por fin, el dolor del hombre al que había humillado treinta y seis
años antes.
Lo
vio lamentarse en la misma calle burlona y sucia.
Pensó.
¿Cuántas
veces tiene que repetirse esto?
Porque
cada uno de nosotros ha de aprenderlo
todo
de
nuevo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario