Su
imagen se reflejaba en el escaparate de una conocida tienda y,
mientras el viento movía los faldones de su gabardina, casi
arrancándole el sombrero, parpadeó. En ese instante su reflejo,
dándose la vuelta, fue corriendo hacia la calzada, como si el tiempo
transcurriera y simultáneamente, para él, estuviera detenido.
Permaneció allí, inmóvil, paralizado, mientras su propia imagen
cruzaba la calle, en el mismo momento en que un autobús, saltándose
su parada, le arrolló.
Sintiendo
la electricidad recorrer su espalda después de presenciar su propia
muerte, al abrir los ojos pudo comprobar que nada de aquello era
verdad. Fue hacia el lugar donde tuvo lugar su propio atropello, pero
allí no había nada, salvo su sombrero. Se encontraba agachado para
recogerlo cuando oyó un bocinazo y un grito. Nada más.
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