Swift
inventó el país de Liliput, poblado por hombres diminutos, y Tomás
Moro la isla de Utopía, cuya capital es Amauroto. Yo también me
dedico a inventar lugares imaginarios. Sin ir más lejos, ayer dibujé
un círculo con guijarros en el patio y lo nombré Imperio de Chu.
Chu es un país árido, sembrado de agujas de pino y habitado sólo
por hormigas. Más allá de sus fronteras se extienden parterres con
begonias y crisantemos, y también un sendero de grava que conduce
hasta la verja de salida, esa verja que siempre permanece cerrada (al
menos, para mí). Todos los imperios están condenados a desaparecer:
esta mañana, el jardinero arrasó Chu al pasarle un rastrillo por
encima. Como me encaré con él, las enfermeras decidieron inyectarme
una nueva dosis de tranquilizante.
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