Un
grande silencio, una súbita quietud sobrecoge a la selva. A un paso
del ciervo acorralado, el tigre suspende el salto. En las altas ramas
los monos dejan de chillar, los ojos ardientes como si miraran el
fuego. Los pájaros guardan las alas, cosen sus picos. Las hojas
callan su acostumbrado susurro. Nadie camina. Nadie salta. Nadie
vuela. Nadie se mueve. Nadie respira. Nadie muere. Allí, el colibrí
y la flor, copulan.
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