miércoles, 16 de agosto de 2017

Águila Fénix. Virginia Vidal.

Transcurrido el tiempo, el águila consternada no puede ocultar que su pico muy endurecido y encorvado, le impide cazar. Tampoco sus apretadas y flexibles garras cada vez más enroscadas le permiten atrapar a ninguna presa. Su pico largo y puntiagudo se arquea, apuntando contra el pecho. Sus alas envejecidas y pesadas y sus plumas gruesas le dificultan volar. Con el paso del tiempo –cuarenta años transcurridos, la mitad de su existencia- todo su plumaje se ha vuelto viejo y su peso le impide desplazarse con mayor agilidad.
Desolada, el águila comprueba que debe tomar una terrible decisión. Tiene sólo dos alternativas: morir o enfrentar un doloroso proceso de renovación.
Se siente desganada, sin ánimo, pero poco a poco reúne todas sus energías, vuela hasta la cima de la más alta montaña y permanece en un nido cercano a un paredón.
Renovada por el aire puro de las alturas, comienza a golpear su pico en la pared hasta conseguir arrancárselo.
Apenas lo arranca, debe esperar a que le nazca un nuevo pico. Día a día lo prueba hasta tener la certeza de que con él puede arrancar sus viejas uñas. Cada tirón le causa un dolor horrible que le llega al corazón mismo y la deja sin aliento. Cuando las nuevas uñas comienzan a nacer, siente que su paso se afirma y adquiere seguridad.
Decide seguir estrenando su firme pico en el empeño de quitarse las plumas. Cada tirón a las remeras le provoca escalofríos. Corre sangre de cada hueco resultante del desprendimiento de cada cañón. Sin su ropaje, sus alas parecen mutiladas. Siente terror de sólo pensar que ya no va a volar nunca más. Luego llega el turno a las timoneras y es peor el padecimiento porque a cada pluma arrancada se le desgajan las entrañas.
Tarda jornadas completas en desplumar su cuerpo y, pese al dolor intenso, se va librando de su viejo ropaje. Aterida, frío atroz resultante de ese arrancar la prolongación de su piel, siente una indefensión mucho más terrible que la vergüenza de la desnudez.
Al fin, después de cinco meses de sufrir, agonizar y renacer padecimientos sin nombre se inunda de una potencia nueva que la predispone a emprender vuelo.
Respira más hondo, hasta siente que ve mejor. Y se ve mejor: su nuevo plumaje castaño oscuro, se torna dorado en la cabeza y el cuello y nevado en los hombros y el extremo de la cola.
La muda ha durado cinco meses: ciento cincuenta amaneceres, ciento cincuenta anocheceres y un millón de tormentos. Ahora, su cuerpo está dispuesto a vivir otros cuarenta años.
Renacida, ensaya su vuelo en picada a una velocidad que duda pueda ser superada por alguna otra ave. Caza en el aire un suculento pájaro y se lo come con ganas. Planea satisfecha y su potente vista le permite ubicar un ratón por allá, una familia de zorros, un gato salvaje, unas ardillas y conejos acullá; y no faltan ciervos, jabalíes, lobos y toda clase de pájaros.
Dueña del espacio, reina de las alturas, dispuesta a la aventura y el cortejo, el águila fénix comienza su nuevo reinado, poderosa señora de las cumbres.


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