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lunes, 14 de abril de 2025

Lunes, Rubén Abella.

-¿Dígame?
-Papá, soy yo.
-Jacobo, hijo. Qué alegría oírte. ¿Cómo estás?
-Muy bien. ¿Y vosotros?
-Bien, bien, como siempre. ¿Qué tal el trabajo?
-Muy liado, pero contento.
-¿Y Madrid? ¿Te acostumbras?
-Poco a poco.
-¿Necesitas algo?
-No, no. Gracias.
-¿Seguro?
-Seguro.
-Dice tu madre que cuándo podemos ir a verte.
-Dile que pronto, en cuanto encuentre un piso que esté bien. Es que, como la empresa me paga el hotel, aún no me he puesto a buscar nada en serio.
-Es lo menos que pueden hacer, con el puestazo que tienes.
-Papá, me llaman por la otra línea. Te tengo que dejar. Sólo quería que supierais que estoy bien.
-¿No vas a hablar con tu madre?
-La próxima vez.
-Tus hermanos te echan mucho de menos.
-Yo a ellos también.
-Hijo…
-Qué.
-Estamos muy orgullosos de ti.
-Gracias, papá. Cuídate mucho.
-Adiós.
-Adiós.
Jacobo cuelga el teléfono y suspira.
Luego recupera la moneda que ha introducido en la ranura prendida de un hilo, sale de la cabina tirando de la maleta desgastada y se dirige al comedor social.
Es lunes, y ponen cocido. 

sábado, 25 de enero de 2025

Electra. Rubén Abella.

Hilaria levanta los ojos de la labor y observa risueña cómo Abigaíl, su nieta de seis años, se entretiene recortando una revista.
-Y dima, vida mía, ¿tú qué quieres ser de mayor? -le pregunta.
Abigaíl aplica pegamento al reverso de una modelo en bikini y aplasta el recorte contra un folio en blanco.
-Yo de mayor quiero se mamá -responde, sin ningún asomo de duda.
Enternecida, Hilaria retoma la labor.
-¿Y cuántos hijos vas a tener, cielo?
Abigaíl termina de recortar un adonis con chaqué y lo fija junto a la modelo en bikini.
-A mí los hijos me traen sin cuidado -contesta en un tono didáctico, como si ella fuese la abuela, y la abuela una niña-. Yo lo que quiero es dormir con papá.

Antología del microrrelato español (1906 -  2011). 2013.

lunes, 9 de septiembre de 2019

Madrid. Rubén Abella.

La brevísima reseña en prensa que se ocupó del caso hablaba de imprudencia, pero lo cierto es que Ana García no había cometido una imprudencia en su vida. Si hizo lo que hizo fue porque estaba cansada de que nadie la viera, de andar por el mundo como si estuviese hecha de aire, como si no existiera. Para sus compañeros de trabajo era un cero a la izquierda, en las cafeterías la servían tarde y mal, la gente olvidaba su nombre, se la saltaban en las colas, nadie recordaba su rostro. Vivía como un fantasma en un limbo invisible, un alma en pena en el purgatorio de la ciudad.
Así que si hizo lo que hizo no fue por imprudencia, sino para que la vieran. Cruzó la Castellana sin mirar para verificar que su cuerpo era real, que estaba hecha de carne, que existía.
Y el conductor del coche la vio.
Demasiado tarde, pero la vio.

No habría sido igual sin la lluvia, 2017.
 

jueves, 4 de octubre de 2018

SOS. Rubén Abella.


Durante los cuartos televisados de la Nochevieja, al final de una cena atroz, llena de insultos y amenazas, Manuel perdió los estribos y descargó sobre Ruth una bofetada tan brutal, que la despegó de la silla y la lanzó volando como un muñeco contra el aparador. Luego agarró el cuchillo de trinchar el pavo y, fuera de sí, se abalanzó sobre ella para matarla.
Ruth esquivó el ataque por los pelos. Se levantó como pudo, salió dando tumbos del comedor y, mientras la televisión daba pausadamente las doce, se encerró con llave en el dormitorio. Manuel se puso a aporrear la puerta. Ruth abrió la ventana y pidió ayuda, pero para entonces ya había empezado el ceremonial de los cohetes y las tracas de petardos, y nadie oyó sus gritos en el fragor de las detonaciones. Desesperada, probó suerte con un recurso de urgencia. Acercó la lámpara de la mesita a la ventana y, accionando el interruptor, lanzó a la noche un SOS.
Nicolás estaba con Dulce María y su hijo de tres años en el balcón, encendiendo la mecha de un cohete, cuando se fijó en las señales parpadeantes. Las interpretó como otra modalidad del festejo y en cuanto tuvo las manos libres se unió a ellas con una linterna de pilas.
Otros vecinos siguieron su ejemplo. En cuestión de segundos las fachadas se llenaron de luces que se apagaban y se encendían, y la calle se convirtió en una gran antorcha, un sobrecogedor firmamento improvisado que refulgía de emoción por la llegada del Año Nuevo.

 Los ojos de los peces. Rubén Abella, 2010.

viernes, 10 de marzo de 2017

Ficciones. Rubén Abella.

Alguien se sentó junto a él en el autobús y abrió una novela.
En sus páginas pudo leer cómo un hombre en gabardina se acercaba a una mujer en una esquina de luz macilenta. No llegó a saber qué le dijo, pues tuvo que levantarse a toda prisa para no pasarse de parada.
Caminó un trecho por la acera desierta, envuelto en el eco nocturno de sus propios pasos. En la esquina de las calles Bravo Murillo y Naranjo vislumbró a una mujer que esperaba bajo una farola enferma. Se acercó a ella con las manos hundidas en los bolsillos de la gabardina. Quiso hablarle, pero no le salieron las palabras. Ella lo miró con tristeza y dijo:
—Deberías haberte bajado en la siguiente, cariño.