Alguien
se sentó junto a él en el autobús y abrió una novela.
En
sus páginas pudo leer cómo un hombre en gabardina se acercaba a una
mujer en una esquina de luz macilenta. No llegó a saber qué le
dijo, pues tuvo que levantarse a toda prisa para no pasarse de
parada.
Caminó
un trecho por la acera desierta, envuelto en el eco nocturno de sus
propios pasos. En la esquina de las calles Bravo Murillo y Naranjo
vislumbró a una mujer que esperaba bajo una farola enferma. Se
acercó a ella con las manos hundidas en los bolsillos de la
gabardina. Quiso hablarle, pero no le salieron las palabras. Ella lo
miró con tristeza y dijo:
—Deberías
haberte bajado en la siguiente, cariño.
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