Larisa
Lisóvskaia, seis años [Actualmente es bibliotecaria]
Tengo
a mi padre en la memoria... Y a mi hermanito...
Mi
padre estaba en la guerrilla. Los nazis lo apresaron y lo fusilaron.
Unas mujeres le dijeron a mi madre dónde los habían ejecutado, a mi
padre y a los demás hombres. Mi madre fue corriendo hasta donde
estaban los cuerpos... Durante toda la vida, mi madre siguió
recordando el frío que hacía, decía que en los charcos había una
costra de hielo. Ellos solo llevaban puestos los calcetines...
Mamá
estaba embarazada. Llevaba dentro a nuestro hermanito.
Teníamos
que escondernos. Los alemanes arrestaban a los familiares de los
partisanos. Detenían a familias enteras, a los niños también. Se
llevaban a la gente en camiones con cubierta de lona...
Estuvimos
mucho tiempo escondidas en el sótano de los vecinos. Empezaba la
primavera... Nos tumbábamos encima de las patatas, los tubérculos
brotaban... Te quedabas dormida, por la noche salía un brote y te
hacía cosquillas en la nariz. Como si fuera un bichito. Los bichos
vivían en mis bolsillos. En mis calcetines. No me daban miedo, ni de
día ni de noche.
Un
día salimos del sótano y mamá dio a luz al hermanito. Creció,
empezó a hablar. Nosotras recordábamos a papá:
—Papá
era alto...
—Era
fuerte... ¡Cómo me lanzaba al aire!
Eso
decíamos mi hermana y yo, y un día nuestro hermanito preguntó:
—Y
yo, ¿dónde estaba?
—Tú
aún no estabas...
Y
se ponía a llorar porque él no estaba cuando vivía papá...
Últimos testigos. Svetlana Alexiévich. 2006.
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