miércoles, 8 de marzo de 2017

La grabadora. Dino Buzzati

Le había dicho (muy bajito) le había suplicado estate callada por favor, la grabadora está grabando de la radio no hagas ruido sabes que lo adoro, está grabando El Rey Arturo de Purcell, precioso, puro. Pero ella exasperante pasota canalla de aquí para allá con los tacones rotundos por el puro gusto de verlo sulfurarse y luego se aclaraba la voz y luego tosía (aposta) y luego reía socarronamente sola y encendía el fósforo de modo que hiciera el máximo ruido y luego de nuevo pasos vigorosos de aquí para allá arrogante, y mientras Purcell Mozart Bach Palestrina los puros y divinos sonaban inútilmente, ella miserable pulga piojo angustia de mi vida, así no era posible durar.
Y ahora, después de tanto tiempo, él pone en marcha la vieja cinta de marras, vuelve el maestro, el sumo, vuelve Purcell Bach Mozart Palestrina.
Ella ya no está, se ha ido, lo ha dejado, ha preferido dejarlo, él no sabe siquiera vagamente dónde habrá ido a parar.
Aquí están Purcell Mozart Bach Palestrina sonando sonando más que estúpidos insoportables nauseabundos. Aquel repiqueteo de aquí para allá, aquellos tacones, aquellas risitas (la segunda especialmente), aquella carraspera en la garganta, la tos. Ésa sí, música divina.
Él escucha. Bajo la luz de la lámpara, sentado, escucha. Petrificado en el viejo sillón hundido, escucha. Sin mover mínimamente ninguno de sus miembros, está sentado escuchando: aquellos ruidos, aquellos gritos, aquella tos, aquellos sonidos adorados, supremos. Que ya no existen, nunca más existirán.


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