Estábamos
en la cocina. Discutimos. Le grité. Él se puso como un energúmeno.
Cuando se me cayó el diente al suelo nos dimos cuenta de que la
discusión se nos había ido de las manos.
—Lo
siento —me dijo.
—Debí
controlar los nervios —concedí yo.
Se
agachó y cogí un cuchillo. Me dio el diente y lo piqué. Siempre
nos ha gustado el pollo con un poco de ajo picado por encima.
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