domingo, 2 de abril de 2017

T1 1webo. Pilar Galán.

Había asumido más mal que bien que su chico (como se decía ahora, por muy ridículo que a ella le resultara) no iba a sorprenderla nunca con unos Louboutin, o unos Manolo Blahnik, recién salidos de Sexo en Nueva York o de Cosmopolitan, y había acabado por reconocer ante los gestos adustos de sus amigas, que su chico no iba a pagar jamás la cena, ni las copas, y que por muy bien que guisara, y por muy a gusto que se estuviera una en casa cenando de tupper, los placeres gastronómicos de comer fuera de casa estaban cada vez más lejos a no ser que ella asumiera todos los gastos. Y una noche de confesiones con sus compañeros de trabajo, hombres estables, casados hace mucho, con hijos, que le habían ido tirando los tejos año tras año con la costumbre sin esperanza de las cenas de empresa, terminó por aceptar que todos los viajes tendría que organizarlos ella, e incluso conducir, y hasta hacer las maletas si no quería encontrarse en Groenlandia con dos pareos y un bikini. Pero lo que terminó con su relación no fue nada de lo anterior, ni siquiera las miradas ni los gestos ni los comentarios despectivos de todo su círculo. Bien es cierto que ella no había esperado nunca de ninguno de los hombres que había conocido una declaración de amor en toda regla, y que dejaba para sus lecturas íntimas a Garcilaso y Quevedo, pero lo que no pudo soportar de ninguna manera fue ser despertada en mitad de la noche por un verso que parpadeaba en la pantalla del móvil, y que hubiera tenido su aquel, si ella lo hubiera entendido, o no hubiera tenido que ponerse las gafas de cerca para leer esa canción de amor desesperada que su chico le enviaba vete tú a saber desde qué garitos nemorosos, colinas plateadas, grises alcores o cárdenas roquedas, el silbo de los botellones sonorosos que centelleaba en el verso heptasílabo tq 1webo, tía, vocativo incluido.

 

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