jueves, 13 de abril de 2017

La melodía. Fernando León de Aranoa.

Apoyado en la pared de adobe llena de agujeros, el soldado silba una melodía sencilla mientras el pelotón que va a ejecutarle carga, apunta y dispara sus armas.
El capitán al mando se sorprende esa misma noche en la cantina, tarareando la melodía. Evita a las soldaderas, le incomoda su risa.
Rechaza el alcohol y la euforia con la que sus oficiales celebran la victoria de hoy y conjuran el miedo a la derrota de mañana.
Pasa la guerra, se olvida. Si se ganó o se perdió, pocos lo recuerdan ya.
El capitán se hace brigada y el brigada, general, sin que la melodía se borre de donde sea que haya quedado grabada. Pueden pasar meses sin que vuelva a su cabeza, pero sabe que en el instante en el que lo desee podrá tararearla otra vez y, sin saber por qué, lo percibe como una amenaza.
Así sucede el día de la comunión de Andrés, su hijo; una tarde en los caballos, en la que apostaron cuarenta pesos a Veloz y perdieron; la mañana que a su mujer le dieron la terrible noticia y tres meses después, justo después de su entierro, en una cafetería del centro de la ciudad a la que no había regresado desde que se fueron a vivir al barrio alto, en los años setenta.
La silbará por última vez ausente, en su lecho de muerte. Su hijo, ya un joven cadete de la escuela de oficiales Baltasar Luengo, pregunta por su origen, pero el anciano militar le miente.
Años más tarde la tararea él también en un bar, una noche, sin darse cuenta. Una joven, que le escucha, se enamora de él dos mesas más allá. La melodía le es familiar. Su padre la silbaba cuando ella era niña, cuando el mundo comenzaba y terminaba en el caballo imaginario de sus rodillas. Pero eso fue hace mucho, antes incluso de la guerra, en la que había muerto fusilado.
La joven tiene una mirada hermosa: hay tanta vida en sus ojos que asusta. Y sin embargo, sin que pueda comprender por qué, al joven cadete le cuesta sostenérsela.
Siente que le debe una explicación, pero no sabe cuál.


Aquí yacen dragones. Fernando León de Aranoa, 2013.
 

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