Gabrielito
nació el año siguiente de que comenzaran las lluvias. Las llamamos
así, “las lluvias” como si tuvieran algo que ver con ese regalo
líquido que recibíamos oportunamente del cielo. Comenzaron, y
apenas han dejado de golpear la tierra y gorgotear contra el
empedrado. Mirábamos hacia arriba esperando una tregua, hasta que
nos resignamos a no ver más allá de nosotros mismos. Todo es gris,
y solo el resplandor de algún rayo nos devuelve, por unos instantes,
los colores casi olvidados del mundo.
Los
campos se han convertido en lagos improductivos y las calles han sido
tomadas por diferentes anfibios. Nuestra civilización se
resquebraja.
A
Gabrielito lo queremos a pesar de su piel lampiña y fría, quizá
por ser el único niño nacido en el pueblo desde los aguaceros. Solo
él disfruta fuera empapándose y boqueando hacia el cielo como si
no quisiera perderse ni una de las gotas que caen.
Han
comenzado a llegar, desde otros pueblos, niños similares a él.
Juegan juntos en el fango y devoran los insectos, renacuajos y
pececillos que encuentran. Los contemplamos hambrientos desde las
ventanas, ahora que se han acabado nuestras provisiones.
Esta noche te cuento. Marzo, 2012.
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