martes, 4 de abril de 2017

El doble. David Lagmanovich.

Me aseguraron que en Amaicha del Valle vivía un hombre que era idéntico a mí: igual en edad, en estatura, en el color del pelo y de los ojos, en la piel quizá demasiado blanca que no resistía bien los rayos solares; igual en la manera de caminar, en los hábitos de sueño y hasta en la forma de relacionarse con la gente. Lo único en que diferíamos eran las ocupaciones, pero está claro que Amaicha no es un lugar demasiado propicio para tareas universitarias. “Un doble tuyo”, me dijo alguien, “que no tiene más remedio que dedicarse al cultivo de la soja y el arándano”. La situación me pareció curiosa y me hice el propósito de viajar a los valles para ver por mí mismo al presunto mellizo: “tu idéntico, como una gota de agua a la otra”, había dicho Margarita, mi prima política. Pero lo fui dejando pasar. El otro seguramente compartía mi actitud, ya que nunca venía a la ciudad y en consecuencia no podía llegar a conocerme.
Eso siguió así hasta hace muy poco. Ya era después de medianoche cuando golpearon reciamente a mi puerta; pensé entonces que quien llamaba no conocería el uso del timbre. Pregunté quién era y mi propia voz me contestó desde el otro lado de la puerta: “He venido de Amaicha para conocerte”. Sentí un miedo horrible y, en lugar de abrir, eché un cerrojo más a la puerta y corrí a asegurar las ventanas. Pero no hubo insistencia alguna; el visitante nocturno se había marchado, como en una situación similar lo habría hecho yo.


Una docena de panadero. David Lagmanovich, 2009.
Imagen: El doble secreto, René Magritte.

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