lunes, 9 de septiembre de 2019

Madrid. Rubén Abella.

La brevísima reseña en prensa que se ocupó del caso hablaba de imprudencia, pero lo cierto es que Ana García no había cometido una imprudencia en su vida. Si hizo lo que hizo fue porque estaba cansada de que nadie la viera, de andar por el mundo como si estuviese hecha de aire, como si no existiera. Para sus compañeros de trabajo era un cero a la izquierda, en las cafeterías la servían tarde y mal, la gente olvidaba su nombre, se la saltaban en las colas, nadie recordaba su rostro. Vivía como un fantasma en un limbo invisible, un alma en pena en el purgatorio de la ciudad.
Así que si hizo lo que hizo no fue por imprudencia, sino para que la vieran. Cruzó la Castellana sin mirar para verificar que su cuerpo era real, que estaba hecha de carne, que existía.
Y el conductor del coche la vio.
Demasiado tarde, pero la vio.

No habría sido igual sin la lluvia, 2017.
 

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