En
la avenida Bernadotte, justamente al lado de la Estación Central de
Autobuses, hay un agujero en la pared. Antes hubo ahí un cajero
automático, pero se estropeó o algo parecido, o quizá es que
simplemente no se usaba, así que vino una camioneta con personal del
banco, se lo llevaron y nunca más lo han vuelto a poner.
Alguien
le dijo un día a Udi que si se pide a gritos un deseo en ese agujero
de la pared, entonces se cumple, pero Udi no se lo creyó demasiado.
La verdad es que una vez, cuando volvía por la noche del cine,
gritó en el agujero que quería que Dafna Rimlet se enamorara de él,
pero no pasó nada. Y en otra ocasión, cuando se sentía
terriblemente solo, se desgañitó ante el agujero pidiendo que
quería tener un amigo ángel y, aunque es verdad que después
apareció un ángel, no resultó ser precisamente un amigo, porque
siempre desaparecía cuando realmente lo necesitaba. El ángel era
delgado, encorvado y siempre llevaba puesto un impermeable para que
no se le vieran las alas. La gente por la calle estaba convencida de
que era jorobado. A veces, cuando se encontraban solos, se quitaba el
impermeable y, en una ocasión, hasta permitió que Udi le tocara las
plumas de las alas, pero cuando había otras personas en la
habitación se lo dejaba siempre puesto. Los hijos de Klein le
preguntaron un día qué era lo que tenía debajo del impermeable y
él les dijo que llevaba una mochila con libros que no eran suyos, y
que temía que se mojaran. La verdad es que se pasaba el día
mintiendo. Le contaba a Udi unas historias que eran para morirse: de
los distintos lugares del cielo, de personas que cuando se van por la
noche a casa a dormir dejan las llaves en el contacto del coche, de
gatos que no tienen miedo de nada y que ni siquiera saben lo que es
zape.
Menudas
historias se inventaba, y encima juraba por Dios que eran verdad.
Udi
lo quería muchísimo, siempre se esforzaba por creerlo y hasta le
prestó dinero alguna vez que lo vio en apuros. El ángel, por el
contrario, no ayudaba a Udi en nada, sino que no hacía más que
hablar y hablar y contarle todas esas estúpidas historias. Durante
los seis años que Udi lo conoció no lo vio fregar ni un solo vaso.
Mientras
Udi estuvo haciendo la instrucción en el ejército y realmente
necesitaba a alguien con quien hablar, el ángel desapareció de
repente durante dos meses para después regresar sin afeitar y con
cara de no—me—preguntes—nada.
Udi
no se lo preguntó y el sábado se sentaron tristes y en calzoncillos
en la azotea para calentarse al sol. Udi se quedó mirando las otras
azoteas con los cables, los depósitos de agua y el cielo. Se dio
cuenta de repente de que durante todos los años que llevaban juntos
no había visto volar al ángel ni tan siquiera una sola vez.
—¿Y
si volaras un poco? —le dijo al ángel—. Eso te animaría.
Pero
el ángel le contestó:
—Deja,
que me puede ver alguien.
—Anda,
tío —dijo Udi—, vuela sólo un poco, hazlo por mí.
Pero
el ángel se limitó a dejar escapar de la boca un ruido repugnante
para después escupir en la azotea asfaltada un salivajo mezclado con
una flema blanca.
—Déjalo
—lo provocó Udi—, seguro que no sabes volar.
—Pues
claro que sé —se enfadó el ángel—, lo que pasa es que no
quiero que me vean. En la azotea de enfrente vieron a unos niños que
lanzaban a la calle bombas de agua.
—¿Sabes
qué? —sonrió Udi—, hace tiempo, cuando era pequeño, antes de
conocerte, solía subir aquí a menudo a tirarles bombas de agua a
las personas que pasaban ahí abajo por la calle. Les apuntaba justo
cuando pasaban por entre las marquesinas —prosiguió Udi,
inclinándose ahora sobre la barandilla mientras apuntaba con el dedo
hacia el espacio que había entre la marquesina de la tienda de
comestibles y la de la zapatería—. La gente levantaba la cabeza
hacia arriba, veía una marquesina y no sabía desde dónde le había
caído.
El
ángel también se levantó, miró hacia la calle y abrió la boca
para decir algo. De repente Udi le dio un empujoncito por detrás y
el ángel perdió el equilibrio. No fue más que una broma, no quería
hacerle nada malo, sólo obligarlo a volar un poco, por divertirse.
Pero el ángel cayó los cinco pisos como un saco de patatas. Udi lo
miraba atónito, tendido allí abajo en la acera. El cuerpo entero
sin moverse y sólo las alas agitándose con una especie de último
aliento de vida. Entonces comprendió finalmente que de todas las
cosas que el ángel le había dicho nada había sido cierto y que ni
tan siquiera era un ángel, sino solo un hombre mentiroso con alas.
La chica sobre la nevera, 2006.
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