¡Esto es terrible! - exclamó
el Científico Supremo -. ¡Seguramente podremos hacer algo!
-
Sí, Su Conocimiento, pero será sumamente difícil. El planeta se
halla a más de
quinientos
años luz, y es difícil mantener el contacto. Sin embargo, creemos
poder
establecer
una cabeza de puente. Por desgracia, no es éste el único problema.
Hasta
ahora no hemos logrado comunicarnos con seres. Sus poderes
telepáticos
son sumamente rudimentarios...
tal vez inexistentes. Y si no podemos hablar con
ellos,
no podremos ayudarles.
Hubo
un largo silencio mental mientras el Científico Supremo analizaba la
situación
y llegaba, como siempre, a la respuesta correcta.
-
Una raza inteligente ha de poseer algunos individuos telepáticos -
murmuró -.
Tendremos
que enviar a cientos de observadores, sintonizados para captar el
primer
atisbo de pensamiento, Cuando hallen una sola mente sintonizada, que
concentren
en ella todos sus esfuerzos. Hemos de transmitirles nuestro mensaje.
-
Muy bien, Su Conocimiento. Así se hará.
Al
otro lado del abismo, al otro lado del golfo que la misma luz tardaba
quinientos
años
en cruzar, los intelectos inquisitivos del planeta Taar extendieron
sus
tentáculos
del pensamiento, buscando desesperadamente a un solo ser humano
cuya
mente pudiera percibir su presencia. Y, afortunadamente, encontraron
a
William
Cross.
Al
menos, en el primer momento lo consideraron una suerte, aunque
después ya
no
estuvieron tan seguros. De todos modos, no les quedaba otra elección.
La
combinación
de circunstancias que abrieron la mente de Bill a ellos sólo duró
unos
segundos,
y no es fácil que vuelvan a ocurrir en este lado de la eternidad.
El
milagro constó de tres ingredientes, y es difícil decir si uno fue
más importante
que
el otro. El primero fue el accidente de posición. Un frasco lleno de
agua, al
incidir
encima la luz del sol, puede convertirse en una lente tosca,
concentrando la
luz
en una pequeña zona. A escala muchísimo mayor, el núcleo denso de
la Tierra
hacía
converger las oleadas procedentes de Taar. En la forma ordinaria, la
radiación
del pensamiento no queda afectada por la materia, ya que aquella pasa
a
su través con la misma facilidad con que la luz atraviesa el
cristal. Pero en un
planeta
hay mucha materia, y toda la Tierra actuó como una lente gigantesca.
Al
parecer,
esto situó a Bill en su foco, allí donde los débiles impulsos
mentales de
Taar
se concentraban a centenares.
No
obstante, otros millones de hombres estaban igualmente bien situados,
pero no
recibieron
ningún mensaje. Claro que no eran ingenieros de cohetes ni habían
pasado
años pensando y soñando con el espacio, hasta formar esta idea
parte de
su
propio ser.
Ni
estaban, como Bill, totalmente borrachos, vacilando ya en el último
borde de la
conciencia,
tratando de escapar de la realidad a un mundo de ensueños donde no
existiesen
desalientos ni fracasos.
Naturalmente,
comprendía la opinión del Ejército. - A usted le pagan, doctor
Cross
-
había señalado el general Potter con un énfasis inútil -, para
planear cohetes,
no...
ah... naves espaciales. Haga lo que quiera en sus horas libres, pero
he de
rogarle
que no utilice los instrumentos de nuestro establecimiento para sus
caprichos.
A partir de ahora, yo mismo comprobaré todos los proyectos de la
sección
de cálculo. Nada más.
Naturalmente,
no podían despedirle; era demasiado importante. Pero él no estaba
seguro
de querer quedarse. En realidad, no estaba seguro de nada, salvo del
trabajo
que le habían asignado y de que Brenda se había largado
definitivamente
con
Johnny Gardner... para poner los sucesos en su orden de importancia.
Tambaleándose
ligeramente, Bill apoyó la barbilla entre sus manos y miró la pared
de
ladrillos encalados al otro lado de la mesa. El único intento de
adorno era un
calendario
de la Lockheed, y una foto seis por ocho de un aerojet mostrando el
«Li'l
Abner Mark I» efectuando un atrevido despegue. Bill miraba
tristemente el
espacio
comprendido entre ambos adornos y vació su mente de todo
pensamiento.
Las barreras cayeron...
En
aquel momento, los intelectos de Taar lanzaron un inaudible grito de
triunfo, y
el
muro que Bill tenía delante se disolvió lentamente en una
arremolinada niebla. A
Bill
le pareció estar mirando dentro de un túnel que se alargaba hasta
el infinito. Y
esto
es lo que hacía en realidad.
Bill
estudió el fenómeno con escaso interés. Era una novedad, aunque no
llegaba
a
la altura de alucinaciones anteriores. Y cuando la voz empezó a
hablar en su
mente,
resonó algún tiempo antes de que entendiera algo. Incluso bebido,
Bill
poseía
un prejuicio anticuado respecto a conversar consigo mismo.
-
Bill - murmuró la voz -, oye atentamente. Tenemos grandes
dificultades para
contactar
con vosotros y esto es extremadamente importante.
Bill
dudaba de esta declaración sobre principios generales. No hay nada
tremendamente
importante.
-
Te hablamos desde un planeta muy distante - prosiguió la voz en tono
amistoso -.
Tú eres el único ser humano con el que hemos logrado
entrar en contacto, de
modo
que has de comprender lo que decimos.
Bill
se sintió algo inquieto, aunque de manera impersonal, puesto que
ahora le
resultaba
más difícil concentrarse en sus propios problemas. A veces uno está
muy
grave si empieza a oír voces. Bueno, era mejor no excitarse. «Doctor
Cross,
se
dijo, puedes tomarlo o dejarlo. Lo tomaré hasta que resulte
molesto.»
-
De acuerdo - repuso con indiferencia -. Adelante, háblame. Aunque
sea largo,
siempre
que resulte interesante.
Hubo
una pausa. Luego, la voz continuó en forma algo preocupada.
-
No entendemos. Nuestro mensaje no es sólo interesante. Es vital para
toda
vuestra
raza y debes notificarlo inmediatamente a tu gobierno.
-
Estoy esperando - asintió Bill -. Esto me ayuda a pasar el tiempo.
A
quinientos años luz de distancia, los taars conferenciaron
apresuradamente
entre
sí. Parecía pasar algo intempestivo, pero ignoraban exactamente qué
era.
No
había duda de que habían establecido contacto, más no era ésta la
reacción
que
esperaban. Bien, no tenían más remedio que proseguir y esperar más.
-
Escucha, Bill. Nuestros científicos han descubierto que vuestro sol
está a punto
de
estallar. Esto sucederá dentro de tres días a partir de hoy...
dentro de setenta y
cuatro
horas, para ser exactos. Nada puede impedirlo. Pero no tenéis que
alarmaros.
Nosotros podemos salvaros, si hacéis lo que diremos.
-
Adelante - repitió Bill.
La
alucinación era ingeniosa.
-
Podemos crear lo que se llama un puente... una especie de túnel a
través del
espacio,
como éste por el que ahora miras. Es difícil explicar una teoría
tan
complicada,
incluso para uno de tus matemáticos.
-
¡Un momento! - protestó Bill -. Yo soy matemático, terriblemente
bueno, incluso
cuando
estoy sereno. Y he leído todas estas cosas en las revistas de
ciencia
ficción.
Supongo que te refieres a cierta clase de atajo a través de una
dimensión
más
elevada del espacio. Esto ya era viejo, en la época anterior a
Einstein.
En
la mente de Bill se introdujo una sensación de enorme sorpresa.
-
No sabíamos que estuvierais tan avanzados científicamente -
respondieron los
taars
-. Pero ahora no hay tiempo para discutir esa teoría. Sólo esto
importa: si te
introdujeses
por la abertura que hay delante de ti, instantáneamente te hallarías
en
otro
planeta. Como dijiste, es un atajo, en este caso, a través de la
dimensión
treinta
y siete.
-
¿Y esto conduce a vuestro mundo?
-
Oh, no, no podrías vivir aquí. Pero en el universo hay muchos
planetas como la
Tierra,
y hemos hallado el que os conviene. Estableceremos cabezas de puente
como
ésta en toda la Tierra, de modo que la gente sólo tendrá que
entrar en ellas
para
salvarse.
Claro está, tendrán que volver a forjar una civilización en su
nueva
patria,
pero ésta es su única esperanza. Tienes que transmitir este mensaje
y
decirles
qué han de hacer.
-
Ya les veo escuchándome - rezongó Bill -. ¿Por qué no habláis
vosotros con el
Presidente?
-
Porque sólo hemos podido entrar en contacto con tu mente. Las otras
están
cerradas
para nosotros; aunque no entendemos por qué.
-
Yo podría contároslo - repuso Bill mirando la botella vacía que
tenía delante.
Ciertamente,
valía lo que costaba. ¡Qué notable era la mente humana!
Naturalmente
el diálogo no era original, y era fácil ver de dónde procedía la
idea.
La
semana anterior había leído un relato sobre el fin del mundo, y
todos estos
pensamientos
respecto a puentes y túneles a través del espacio era sólo una
compensación
para todo aquel que llevaba cinco años luchando con los
recalcitrantes
cohetes.
-
Si el sol estalla - preguntó Bill bruscamente, tratando de pillar
por sorpresa a su
alucinación
-, ¿qué sucederá?
-
Vuestro planeta se fundirá instantáneamente. En realidad, todos los
planetas
hasta
Júpiter.
Bill
tuvo que admitir que ésta era una concepción grandiosa. Dejó que
su cerebro
jugara
con la idea y cuanto más la consideraba, más le gustaba.
-
Mi querida alucinación - observó piadosamente -, si te creyese,
¿sabes qué
diría?
-
Tienes que creernos - fue el grito desesperado a través de
quinientos años luz.
Bill
ignoró el grito. Estaba gozando con el tema.
-
Te diré una cosa. Sería lo mejor que podría ocurrir. Sí,
ahorraría muchos
pesares.
Nadie tendría que preocuparse por los rusos, la bomba atómica o el
elevado
índice de la vida. ¡Oh, sería maravilloso! Es justamente lo que
todos
anhelan.
Gracias por habérnoslo dicho, y ahora vuélvete a casita y llévate
ese
puente.
En
Taar reinó la consternación. El cerebro del Científico Supremo,
flotando como
una
gran masa en su tanque de solución nutritiva, amarilleó ligeramente
por los
bordes...
cosa que no había ocurrido desde la invasión Xantil, cinco mil años
atrás.
Al
menos quince psicólogos sufrieron desquiciamientos nerviosos, y
jamás se
recuperaron.
La principal computadora de la Facultad de Cosmofísica empezó a
dividir
cada número de sus circuitos de memoria por cero, y no tardó en
estropear
todos
sus fusibles.
Y
en la Tierra, Bill Cross exponía sus puntos de vista.
-
Mírame - decía apuntando su pecho con un dedo vacilante -. He
pasado muchos
años
intentando construir cohetes que fuesen útiles para algo, y ahora me
dicen
que
sólo puedo diseñar proyectiles dirigidos, a fin de poder
destruirnos
unos a
otros.
El Sol podrá, entonces, hacerlo mejor y más de prisa, y si nos
entregaras
otro
planeta, volveríamos a empezar con el mismo afán destructor.
Hizo
una triste pausa, acariciando sus morbosos pensamientos.
-
Y Brenda se ha marchado de la ciudad sin dejarme ni una nota. De modo
que
has
de perdonar mi falta de entusiasma por tu amable oferta.
Bill
comprendió que no podía pronunciar la palabra «entusiasmo» en voz
alta.
Pero
aún podía pensarla, lo cual era un interesante descubrimiento
científico. A
medida
que se emborrachara tal vez sólo acertase a pensar palabras
monosílabas.
En
un intento final, los taars enviaron sus pensamientos por el túnel
formado entre
las
estrellas.
-
¡No puedes hablar en serio, Bill! ¿Todos los seres humanos son como
tú?
Vaya,
una pregunta filosófica muy interesante Bill la consideró
atentamente... o al
menos
con la atención de que era capaz en vista del cálido y rosado
resplandor
que
empezaba a envolverle. Al fin y al cabo, las cosas podrían ser
peores. Podía
hallar
un nuevo empleo, aunque sólo fuese por el placer de decirle al
general
Potter
lo que podía hacer con sus tres estrellas. Y en cuanto a Brenda...
bueno,
las
mujeres eran como los tranvías: cada minuto pasa uno.
Pero
lo mejor era que había una segunda botella de whisky en el cajón de
MÁXIMO
SECRETO. ¡Oh, maravilloso día! Se puso en pie con dificultad y se
tambaleó
por la habitación.
Por
última vez, los intelectos de Taar se comunicaron con la Tierra.
-
¡Bill! ¡Todos los seres humanos no pueden ser como tú!
Bill
se volvió hacia el túnel del tiempo. Era extraño... parecía
iluminado por puntos
estrellados...
era realmente magnífico. Se sintió orgulloso de sí mismo; pocas
persona
podían imaginar tal cosa.
-
¿Como yo? - repitió -. No, no lo son.
Sonrió
a través de los años luz, al tiempo que la marea creciente de
euforia
apagaba
su desaliento.
Pensándolo
bien - añadió -, hay muchos individuos mucho peores que yo. Sí,
creo
que,
a pesar de todo, yo aún soy uno de los felices.
Parpadeó
levemente sorprendido, ya que el túnel acababa de replegarse sobre
sí
mismo
y allí estaba de nuevo la pared encalada, exactamente igual que
siempre.
Los
taars sabían que estaban derrotados. - Adiós, alucinación - musitó
Bill -.
Veamos
cómo será la próxima.
En
realidad, no hubo ninguna más porque cinco segundos más tarde
perdió el
conocimiento,
mientras estaba marcando la combinación del cajón del archivo.
Los
dos días siguientes resultaron vagos e inyectados en sangre, y Bill
olvidó todo
lo
referente a la alucinación.
Al
tercer día algo empezó a atosigarle
la mente, y hubiera recordado la
advertencia
de los taars de no haber vuelto Brenda, pidiéndole perdón.
Naturalmente,
no hubo un cuarto día.
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