El
gladiador en la arena, donde lo puso el destino que de esclavo lo
expuso condenado, saluda, sin que tiemble el César que está en el
circo, rodeado de estrellas. Saluda de frente, sin orgullo, pues el
esclavo no puede tenerlo; sin alegría, pues no puede fingirla el
condenado. Saluda para que no falte a la ley aquel a quien toda la
ley falta. Pero, tras acabar de saludar, se clava en el pecho la daga
que no le servirá en el combate. Si el vencido es el que muere, y el
vencedor quien mata, con esto, confesándose vencido, se declara
vencedor.
La educacion del estoico. 1999.
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