Salgo en busca de provisiones, pero cuando llego al pueblo ya está cerrado el mercadillo, y únicamente me cruzo en las casetas con un anciano al que acompaña una niña que arrastra los pies.
-¿Sabe si hay alguna tienda abierta en el centro? – le pregunto al hombre. Él no contesta, toma con fuerza la mano de la pequeña, y sigue avanzando hasta que ambos se pierden entre los árboles.
A pesar de su silencio decido, en cualquier caso, ir a la plaza, y es allí donde me encuentro con el tumulto. La hija de la panadera ha desaparecido. Vestido de flores, pelo rubio, ojos grandes. Sólo tiene cinco años y alguien sugiere buscarla en el bosque. Esa palabra me hace reaccionar.
-Yo los vi – grito. Y señalo en la dirección contraria. Sería peligroso que supieran la verdad, podrían acercarse al río y encontrarían mi cabaña. Empezarían entonces a husmear entre mis cosas, leerían mi libreta, y no tardarían demasiado tiempo en darse cuenta de que todos ellos no son más que simples personajes de un microrrelato.
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