Una mañana se levantó y fue a buscar al amigo, al otro lado de la valla. Pero el
amigo no estaba, y, cuando volvió, le dijo a la madre:
-El amigo se murió.
-Niño, no pienses más en él y busca otros para jugar.
El niño se sentó en el quicio de la puerta, con la cara entre las manos y los
codos en las rodillas. "Él volverá", pensó. Porque no podía ser que allí
estuviesen las canicas, el camión y la pistola de hojalata, y el reloj aquel que
ya no andaba, y el amigo no viniese a buscarlos. Vino la noche, con una estrella
muy grande, y el niño no quería entrar a cenar.
-Entra, niño, que llega el frío -dijo la madre.
Pero, en lugar de entrar, el niño se levantó del quicio y se fue en busca del
amigo, con las canicas, el camión, la pistola de hojalata y el reloj que no
andaba. Al llegar a la cerca, la voz del amigo no le llamó, ni le oyó en el
árbol, ni en el pozo. Pasó buscándole toda la noche. Y fue una larga noche casi
blanca, que le llenó de polvo el traje y los zapatos. Cuando llegó el sol, el
niño, que tenía sueño y sed, estiró los brazos y pensó: "Qué tontos y pequeños
son esos juguetes. Y ese reloj que no anda, no sirve para nada". Lo tiró todo al
pozo, y volvió a la casa, con mucha hambre. La madre le abrió la puerta, y dijo: "Cuánto ha crecido este niño, Dios mío, cuánto ha crecido". Y le compró un traje
de hombre, porque el que llevaba le venía muy corto.
El niño al que se le murió el amigo. Los niños tontos. Ana María Matute. 1956
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