Hoy ha vuelto a venir ese señor a
revisar la galaxia de mi armario. Es un técnico del ayuntamiento, un
especialista, pero a mí me ha recordado a don Ignacio, ese profesor bajito y
miope que teníamos en el colegio. Nos daba ciencias naturales y el tipo, tan
corto de vista, nunca se enteraba de lo que ocurría en la última fila. Pobre hombre,
la de canalladas que le dedicaron aquellos gamberros...
El caso es que el técnico me recuerda
a don Ignacio. Hoy ha traído un aparato extrañísimo y me da la sensación de que
ni siquiera sabe cómo funciona. Ha tardado veinte minutos en montar el
artilugio, lo ha encendido y se ha quedado mirando las luces que se encendían y
apagaban y los números que se movían deprisa mientras él se rascaba despacio la
cabeza. He visto cansancio y mucha angustia en sus ojos. Me ha dado lástima.
No me
he atrevido a contarle que la galaxia ha empezado a crecer, que desde la semana
pasada emite un sonido como de metales rozándose y que el gato se coló ayer por
ella y hoy ha regresado, vivo, pero con los ojos de otro color y dos colas de
más.
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