jueves, 7 de junio de 2018

Andrée Peel. Elena Favilli y Francesca Cavallo.

Había una vez una joven que tenía un salón de belleza. Andrée era inteligente y tenía mucho estilo, y siempre ofrecía una brillante sonrisa a sus clientas.
—Bonjour, madame —decía—. ¿Cómo le gustaría su corte el día de hoy?
Luego estalló la Segunda Guerra Mundial, y todo cambió.
Cuando Hitler invadió su país, Andrée se unió a la Resistencia francesa, una red de gente común que trabajaba en secreto contra los nazis. Ayudó a distribuir periódicos clandestinos a otros miembros de la Resistencia; era una tarea arriesgada y peligrosa. Andrée fue rápidamente ascendida a sargento y le dieron el nombre clave de Agente Rosa.

Muchas veces arriesgó la vida. Salía por las noches y acomodaba una hilera de antorchas encendidas que funcionaban como señales para los aviones de los Aliados cuando cruzaban las líneas enemigas: gracias a la Agente Rosa, los pilotos veían esos puntos brillantes y sabían que podían aterrizar de forma segura. Ella ayudó a evitar que más de cien pilotos británicos fueran capturados por los nazis antes de ser atrapada y enviada a un campo de concentración.
Enferma, famélica y vestida con una pijama de rayas azules y blancas, Andrée fue puesta en una fila junto a otros prisioneros frente a un pelotón de fusilamiento; estaban a punto de disparar cuando las tropas Aliadas llegaron y los salvaron.
Andrée fue considerada una heroína. El presidente de Estados Unidos y el primer ministro británico le enviaron cartas para agradecerle todo lo que había hecho. Vivió una larga vida, pero siempre guardó un trozo de aquella tela blanca y azul como recordatorio de esos terribles días y para confirmar que, como ella decía: «Los milagros sí existen».

 

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