lunes, 1 de noviembre de 2021

Sucker. Carson McCullers.

Fue siempre como si tuviera un cuarto para mí solo. Sucker dormía en mi cama, pero no se entrometía en nada. La habitación era mía y yo la usaba como quería. Recuerdo que, en una ocasión, serré una trampilla en el suelo. El año pasado, cuando estaba en segundo de bachillerato, clavé con chinchetas en la pared algunas fotos de chicas, sacadas de revistas, y una de ellas estaba en paños menores. Mi madre nunca me llamaba la atención porque tenía que ocuparse de mis hermanos pequeños. Y Sucker pensaba siempre que todo lo que yo hacía estaba bien.

Cuando traía a cualquiera de mis amigos a mi cuarto, todo lo que tenía que hacer era mirar una vez a Sucker para que dejara lo que estuviera haciendo, tal vez me obsequiara con una media sonrisa, y se marchara sin rechistar. Por su parte, nunca trajo a ningún chico a nuestro cuarto. Tenía doce años, cuatro menos que yo, y sabía, sin que yo se lo dijera, que no quería gente de su edad hurgando en mis cosas.

La mitad del tiempo me olvidaba de que no es mi hermano, sólo primo carnal, aunque prácticamente haya formado parte de nuestra familia desde siempre. Y es que sus padres murieron en un accidente cuando él era todavía muy pequeño. Para mí y para mis hermanas menores siempre ha sido como un hermano.

Sucker se acordaba siempre, palabra por palabra, de todo lo que yo decía y además se lo creía. De ahí le vino el apodo. Hace un par de años le dije una vez que si saltaba con un paraguas abierto desde el techo del garaje, funcionaría como paracaídas y no le pasaría nada. Lo hizo y se rompió una rodilla. Eso no es más que un ejemplo. Y lo más curioso es que por muchas veces que lo engañara seguía creyéndome. Y no porque fuera tonto: sólo se comportaba así en su relación conmigo. Se fijaba en todo lo que yo hacía y lo asimilaba.

Hay una cosa que he aprendido, algo que me hace sentirme culpable y es difícil de entender. Si una persona te admira mucho, la desprecias y te tiene sin cuidado; en cambio, casi con toda seguridad admiras a la persona que no te hace caso. No es fácil darse cuenta. Maybelle Watts, dos cursos por encima del mío, se comportaba como si fuese la Reina de Saba e incluso me humillaba. Pero yo hubiera hecho cualquier cosa por ganarme su afecto. Pensaba tanto en Maybelle de día y de noche que casi me volví loco. Desde que Sucker era un niño pequeño hasta que cumplió los doce años, supongo que lo traté tan mal como Maybelle a mí.

Ahora que Sucker ha cambiado tanto es un poco difícil recordarlo tal como era. Nunca imaginé que de repente pudiera suceder algo que nos hiciera tan distintos a los dos. Nunca se me ocurrió que para entender correctamente lo que ha sucedido querría recordarlo como era antes, hacer comparaciones y tratar de poner las cosas en orden. Si hubiera podido preverlo, quizá habría actuado de otra manera.

Nunca me fijé mucho en lo que hacía ni pensé en él; y si se considera el mucho tiempo que hemos compartido el mismo cuarto, es curioso las pocas cosas que recuerdo. Hablaba mucho consigo mismo cuando se creía solo: siempre sobre peleas con gángsters, sobre la vida en un rancho y otras niñerías por el estilo. Se metía en el cuarto de baño y se podía pasar allí una hora y a veces alzaba la voz muy emocionado y se le oía por toda la casa. De ordinario, sin embargo, hablaba más bien poco. No había muchos chicos en el barrio de los que pudiera ser amigo y su cara tenía la expresión de alguien que está viendo un partido con la esperanza de que lo inviten a jugar. No le importaba heredar las chaquetas y los jerséis que a mí se me quedaban pequeños, aunque las mangas le estuviesen demasiado grandes y sus muñecas parecieran tan finas y blancas como las de una niña. Así es como lo recuerdo: creciendo un poco todos los años pero sin dejar de ser el mismo. Tal era Sucker hasta hace pocos meses, cuando empezaron los problemas.

Maybelle tuvo que ver en cierto modo con lo que sucedió, así que supongo que debo empezar por ella. Hasta que la conocí yo no había dedicado mucho tiempo a las chicas. El otoño último se sentaba a mi lado en la clase de Ciencias y fue cuando empecé a fijarme en ella. Tiene el pelo rubio más luminoso que he visto nunca y de vez en cuando se lo riza con alguna sustancia pegajosa. Llevaba las uñas largas, arregladas y pintadas de rojo brillante. Durante la clase me dedicaba casi todo el tiempo a mirarla, excepto cuando me parecía que iba a volverse hacia mí o cuando el profesor me preguntaba. En primer lugar no era capaz de apartar los ojos de sus manos, muy pequeñas y blancas, excepto por la laca roja, y porque al pasar las páginas de su libro —siempre muy despacio— se lamía el pulgar y alzaba el meñique. Es imposible describir a Maybelle. Todos los chicos están locos por ella, pero, por lo que a mí se refiere, ni siquiera se daba cuenta de mi existencia. También es cierto que me llevaba dos años. Entre clases me esforzaba por acercarme mucho a ella en los pasillos, pero apenas si me sonreía. Lo único que hacía yo era mirarla durante la clase de Ciencias, y a veces me parecía que el aula entera tenía que oír los latidos de mi corazón y me daban ganas de gritar o de salir corriendo e irme al infierno.

Por la noche, en la cama, pensaba en Maybelle. Con frecuencia eso hacía que no me durmiera hasta la una o las dos de la madrugada. A veces Sucker se despertaba y me preguntaba por qué no conseguía dormirme y yo le decía que se callara. Supongo que me porté mal muchas veces.

Tal vez quería hacer con él lo que Maybelle hacía conmigo. Siempre se sabía por su expresión cuando se herían sus sentimientos. No recuerdo todas las cosas desagradables que debí decirle porque incluso mientras las decía pensaba en Maybelle.

Aquello duró casi tres meses y luego, por alguna razón, Maybelle empezó a cambiar. Me hablaba en los pasillos y todas las mañanas eran mis deberes los que copiaba. A la hora del almuerzo bailé una vez con ella en el gimnasio. Una tarde hice de tripas corazón y me presenté en su casa con un cartón de cigarrillos. Sabía que fumaba en el sótano de las chicas y a veces fuera del instituto, y no quería ofrecerle dulces porque me parecía que eso ya no se llevaba. Estuvo muy amable y me pareció que todo iba a cambiar.

Fue precisamente aquella noche cuando empezaron los problemas.

Llegué tarde a casa y Sucker ya se había dormido. Me sentía demasiado feliz y entusiasmado para encontrar una postura cómoda y seguí despierto mucho tiempo pensando en Maybelle. Luego soñé con ella y me pareció que la besaba. Fue una sorpresa despertarme y encontrarme a oscuras. Me quedé quieto y pasó algún tiempo antes de que me diera cuenta de dónde estaba. El silencio era total y la noche muy oscura.

La voz de Sucker me sobresaltó.

¿Pete?

No le contesté y ni siquiera me moví.

¿Me quieres tanto como si fuera tu hermano, verdad que sí, Pete?

Yo no era capaz de superar tantas sorpresas y además aquello era la realidad y no el otro sueño.

Siempre me has querido como si fuera tu hermano, ¿verdad que sí?

Claro —le respondí.

Luego me levanté unos minutos. Hacía frío y me alegré de volver a la cama. Sucker se me pegó a la espalda. Yo lo sentía pequeño y cálido y notaba la tibieza de su respiración en el hombro.

Hicieras lo que hicieses siempre he sabido que me querías.

Yo estaba despierto del todo, pero tenía una extraña confusión mental. Me sentía feliz por lo que había pasado con Maybelle, claro está, pero, al mismo tiempo, algo en Sucker y en su voz cuando dijo aquellas cosas hizo que me fijara. Supongo, de todos modos, que uno entiende mejor a la gente cuando es feliz que cuando está preocupado. Fue como si nunca hubiera pensado de verdad en Sucker hasta entonces. Sentí que siempre me había comportado mezquinamente con él. Una noche, pocas semanas antes, lo había oído llorar en la oscuridad. Dijo que había perdido la escopeta de aire comprimido de otro chico y que no se atrevía a contárselo a nadie. Quería que le dijera lo que debía hacer. Yo tenía sueño, le pedí que me dejara en paz y en vista de que insistía, le di una patada. Era sólo una de las cosas que recordaba. Me pareció que Sucker había estado siempre muy solo. Tuve remordimientos.

No sé qué tiene una noche oscura y fría que hace que te sientas muy cerca de alguien con quien duermes. Cuando hablas con él es como si fuerais las únicas personas despiertas en toda la ciudad.

Eres un chico estupendo, Sucker —le dije.

De pronto me pareció que lo quería más que a nadie entre mis conocidos: más que a ningún otro chico, más que a mis hermanas, más, en cierta manera, que a Maybelle. Tuve una sensación maravillosa y fue como cuando ponen música triste en las películas. Quise demostrarle la buena opinión que tenía de él y resarcirlo por la manera en que lo había tratado hasta entonces.

Conversamos un buen rato aquella noche. Sucker hablaba muy deprisa y era como si hubiera estado durante mucho tiempo acumulando cosas para contármelas. Mencionó que iba a intentar construir una canoa y que los chicos de nuestra calle no lo querían en su equipo de fútbol y no sé cuántas cosas más. Yo también le conté algo y era agradable pensar que se tomaba muy en serio todo lo que le decía. Hablé incluso un poco de Maybelle, aunque procuré que pereciera como si fuese ella la que me perseguía. Me hizo preguntas sobre el instituto y cosas por el estilo. Su voz revelaba entusiasmo y siguió hablando muy deprisa como si le faltara tiempo para decir todo lo que se le ocurría. Cuando me quedé dormido aún seguía hablando, y sentía su respiración en el hombro, cálida y próxima.

Durante las dos semanas siguientes vi mucho a Maybelle, que se comportaba como si de verdad yo le interesara un poco. La mitad del tiempo me sentía tan bien que no sabía qué hacer conmigo mismo.

Pero no me olvidé de Sucker. En los cajones de la cómoda guardaba un montón de cosas viejas: guantes de boxeo, libros de Tom Swift y aparejos de pesca de mala calidad. Se lo regalé todo. Tuvimos unas cuantas conversaciones más y fue de verdad como si lo conociera por primera vez. Cuando vi que tenía un corte muy largo en la mejilla supe que había estado haciendo el tonto con mi maquinilla nueva de afeitar, pero no dije nada. Ahora su cara parecía diferente. Su aspecto antes era tímido y como si tuviera miedo de recibir un golpe en la cabeza. Aquella expresión había desaparecido. Su cara, con los ojos muy abiertos, las orejas muy separadas y la boca nunca cerrada del todo, tenía el aire de una persona sorprendida pero a la espera de algo magnífico.

En una ocasión me dispuse incluso a señalárselo a Maybelle y a explicarle que era mi hermano pequeño. Estábamos en el cine por la tarde y ponían una película policíaca. Me había ganado un dólar trabajando para mi padre, y a Sucker le di veinticinco centavos para que se comprara unos dulces o lo que quisiera. Con el resto llevé a Maybelle al cine. Estábamos sentados al fondo y vi entrar a Sucker. Empezó a mirar a la pantalla tan pronto como el encargado le cortó la entrada y bajó por el pasillo tropezando y sin darse cuenta de adónde iba. Empecé a llamar la atención de Maybelle pero no acabé de decidirme. Sucker resultaba un poco absurdo al caminar como un borracho con los ojos clavados en la pantalla. Se limpiaba las gafas con el faldón de la camisa y llevaba los pantalones medio caídos. Siguió adelante hasta llegar a las primeras filas donde de ordinario se sientan los críos. No llegué a señalárselo a Maybelle. Pero me gustó que los dos hubieran visto una película con el dinero que había ganado yo.

Me parece que las cosas siguieron así alrededor de un mes o seis semanas. Estaba tan contento que no conseguía ponerme a estudiar ni concentrarme en nada. Quería ser amigo de todo el mundo. Había veces en que necesitaba hablar con alguien. Y de ordinario esa persona era Sucker, tan encantado de la vida como yo. Una vez dijo: «Pete, que seas como mi hermano me importa más que ninguna otra cosa en el mundo.»

Luego sucedió algo entre Maybelle y yo. No he logrado descubrir qué fue exactamente. Las chicas como ella son difíciles de entender. Empezó a tratarme de otra manera. Al principio no quería creerlo y trataba de pensar que era sólo mi imaginación. No parecía alegrarse de verme. A menudo se iba a pasear con un tipo del equipo de fútbol que tiene un descapotable deportivo. El coche era del color del pelo de Maybelle, y después de las clases se marchaba con él, riendo y mirándolo a los ojos. No se me ocurría ninguna manera de evitarlo y me pasaba día y noche pensando en ella. Cuando por fin llegábamos a salir juntos adoptaba una actitud insolente y no me hacía el menor caso. Aquello me llevó a pensar que pasaba algo: me preocupaba que mis zapatos hicieran demasiado ruido al andar o que llevara abierta la bragueta o que le molestaran los granos que tenía en la barbilla. A veces, cuando Maybelle estaba delante, un demonio se apoderaba de mí y ponía gesto duro y llamaba a personas mayores por su apellido sin el «señor» delante y decía groserías. Por la noche me preguntaba qué era lo que me llevaba a hacer todo aquello hasta que el cansancio podía más y me dormía.

Al principio estaba tan preocupado que, sencillamente, me olvidé de Sucker. Luego, más adelante, empezó a sacarme de quicio. Siempre me esperaba hasta que yo volvía del instituto, siempre con aspecto de que tenía algo que decirme o de que quería que yo le contase algo. Me hizo una estantería para revistas en su clase de manualidades y una semana ahorró el dinero del almuerzo y me compró tres paquetes de cigarrillos. No parecía enterarse de que tenía otras cosas en la cabeza y de que no quería perder el tiempo con él. Todas las tardes era lo mismo: Sucker en mi cuarto con la expresión de estar esperando algo. Entonces le decía cualquier cosa o tal vez le contestaba con brusquedad y él acababa por marcharse.

No soy capaz de precisar los momentos y decir que eso sucedió un día y aquello otro al día siguiente. En parte porque estaba tan desorientado que las semanas se confundían unas con otras, me sentía fatal y todo me daba lo mismo. No hacíamos ni decíamos nada definitivo. Maybelle seguía paseándose con el tipo del descapotable amarillo y unas veces me sonreía y otras no. Por las tardes iba a los sitios donde pensaba que la encontraría. Y o bien me trataba casi amablemente y yo empezaba a pensar que las cosas se aclararían a la larga y que acabaría por quererme, o se comportaba de tal modo que si no hubiese sido chica habría querido agarrarla por aquel cuellecito suyo tan blanco y estrangularla. Cuanto más avergonzado me sentía por hacer el imbécil más iba tras ella.

Sucker me sacaba de quicio y mi irritación iba en aumento. Me miraba como si de algún modo me culpara de algo, aunque al mismo tiempo supiera que aquello no iba a durar mucho. Crecía muy deprisa y por alguna razón empezó a tartamudear. A veces tenía pesadillas o devolvía el desayuno. Mamá le compró un frasco de aceite de hígado de bacalao.

Luego todo terminó entre Maybelle y yo. La encontré al entrar en el drug store y le pedí una cita. Cuando dijo que no, hice un comentario sarcástico. Me respondió que estaba harta de verme mariposear a su alrededor y que nunca le había importado un pimiento. Así de claro. Me quedé clavado en el sitio y no abrí la boca. Volví muy despacio a casa.

Durante varias tardes no salí de mi cuarto. No quería ir a ningún sitio ni hablar con nadie. Cuando Sucker entraba y me miraba de una manera curiosa le gritaba que se marchara. No quería pensar en Maybelle y me ponía a leer Mecánica popular o tallaba un portacepillos de dientes que estaba haciendo. Me parecía que estaba sacándome a aquella chica de la cabeza francamente bien.

Pero no hay manera de controlar lo que te pasa por la noche. Eso es lo que hizo que las cosas estén como están hoy.

El caso es que pocas noches después de que Maybelle me dijera lo que me dijo volví a soñar con ella. Fue como la primera vez, y le apreté tanto el brazo a Sucker que lo desperté. Él me buscó la mano.

Pete, ¿qué te pasa?

De repente me atraganté de rabia; rabia contra mí mismo, contra el sueño y Maybelle y contra Sucker y las demás personas que conocía. Me acordé de las muchas veces que Maybelle me había humillado y de todo lo malo que me había sucedido. Por un segundo me pareció que nadie me iba a querer nunca excepto un pobre diablo como Sucker.

¿Por qué hemos dejado de ser amigos como antes? ¿Por qué…?

¡Cierra la boca, maldita sea! —Aparté las sábanas, me levanté y encendí la luz. Sucker se incorporó en medio de la cama, parpadeando muy asustado.

Tenía algo dentro que me quemaba y no pude evitarlo. Creo que nadie se enfada hasta ese punto más de una vez. Me salieron las palabras antes de que supiera lo que iba a decir. Sólo más tarde logré recordar todo lo que dije y entenderlo con claridad.

¿Por qué no somos amigos? ¡Porque eres el tonto más crédulo que he visto nunca! ¡No le importas a nadie! ¡Y aunque a veces me hayas dado pena y haya tratado de portarme bien contigo no tienes que creer que me importe un rábano un pobre estúpido como tú!

Si le hubiera gritado o le hubiese pegado, habría sido mejor. Pero hablé despacio y como si estuviera muy tranquilo. Sucker tenía la boca medio abierta y dio la sensación de que le había alcanzado un rayo. Se quedó blanco como el papel y empezó a sudarle la frente. Se la secó con el revés de la mano y durante un minuto tuvo el brazo levantado como si estuviera apartando algo.

No sabes absolutamente nada. ¿Has salido de verdad alguna vez a la calle? ¿Por qué no te buscas una novia y me dejas en paz? ¿En qué clase de mariquita te quieres convertir, si puede saberse?

Yo no sabía lo que iba a decir a continuación. No lo podía evitar ni tampoco era capaz de pensar.

Sucker no se movió. Llevaba una de mis chaquetas de pijama y su cuello resultaba flaco y pequeño. Se le había humedecido el pelo que le caía sobre la frente.

¿Por qué tienes que estar siempre rondándome? ¿Es que no sabes cuándo estás de más?

Después recordé el cambio en la cara de Sucker. Poco a poco desapareció el aire de desconcierto y cerró la boca. Entornó los ojos y apretó los puños. Nunca había tenido una expresión semejante. Era como si se fuese haciendo mayor segundo a segundo. Le apareció una dureza en la mirada que de ordinario no se ve en un niño. Se le formó una gota de sudor barbilla abajo y no se dio cuenta. Siguió donde estaba, los ojos fijos en mí; no habló, su expresión era dura y no cambió.

No; no sabes cuándo estás de más. Eres demasiado bobo. Como tu nombre. Un cándido total.

Era como si se me hubiera reventado algo dentro. Apagué la luz y me senté en la silla junto a la ventana. Me temblaban las piernas y tenía encima tal cansancio que podría haberme puesto a dar gritos. El cuarto estaba frío y oscuro. Me quedé allí mucho tiempo y fumé un pitillo aplastado que había estado guardando. Fuera, el jardín estaba a oscuras y en silencio. Al cabo de un rato oí que Sucker se tumbaba.

Yo ya no estaba furioso, sólo cansado. Me pareció horrible haber hablado de aquella manera a un chico que sólo tenía doce años. No conseguía asimilarlo. Me dije que tenía que acercarme a él y tratar de arreglarlo. Pero me quedé donde estaba, sintiendo el frío cada vez más, y dejé pasar mucho tiempo. Planeé la manera de solucionar el problema a la mañana siguiente. Luego, tratando de que no sonaran los muelles del colchón, volví a la cama.

Sucker ya se había ido cuando me desperté al otro día. Y más tarde, cuando quise disculparme como me había propuesto, me miró de aquella nueva manera suya tan dura y fui incapaz de abrir la boca.

Todo eso pasó hace dos o tres meses. Desde entonces Sucker ha crecido más deprisa que ninguno de los chavales que conozco. Es casi tan alto como yo y sus huesos se han hecho más pesados y más grandes. Ha dejado de llevar mi ropa vieja y se ha comprado sus primeros pantalones largos, con tirantes de cuero para sostenerlos. Ésos no son más que los cambios que se ven a primera vista y que se pueden expresar con palabras.

Nuestro cuarto ha dejado por completo de ser mío. Sucker reúne en casa a todo un grupo de críos y han fundado un club. Cuando no están cavando trincheras en algún solar y peleándose, están en mi habitación. En la puerta hay una chiquillada escrita con mercurocromo que dice: «Pobre del intruso que cruce este umbral», y la firma son unos huesos cruzados y sus iniciales secretas. Han conseguido una radio y todas las tardes ponen su música a todo volumen. En una ocasión, al volver a casa, oí que uno de los chicos decía algo a voz en grito sobre lo que había visto que pasaba en el asiento de atrás del coche de su hermano mayor. Adiviné lo que no llegué a oír. Eso es lo que hacen mi hermano y ella. Es la verdad… metidos en el coche. Por un momento Sucker pareció sorprendido y su cara recuperó su antigua expresión. Luego, sus rasgos volvieron a endurecerse. «Claro, estúpido. Menudo descubrimiento.» No se fijaron en mí. Sucker empezó a contarles cómo tenía planeado hacerse trampero en Alaska en un par de años.

Pero la mayor parte del tiempo está solo y entonces nuestras relaciones son aún peores. Se tumba en la cama con los pantalones largos de pana y los tirantes y se limita a mirarme con esa expresión dura, medio desdeñosa. Jugueteo con las cosas que tengo sobre mi mesa, pero no consigo centrarme a causa de esos ojos suyos. Y el caso es que debo estudiar porque me han suspendido en tres asignaturas este trimestre. Si no apruebo el inglés, no me graduaré el año que viene. No quiero ser un inútil y todo lo que necesito es ponerme a trabajar. Ni Maybelle ni ninguna otra chica me importan un rábano y ahora el único problema son mis relaciones con Sucker. No hablamos nunca, excepto cuando estamos delante de la familia. Ni siquiera me apetece llamarle ya Sucker y, a no ser que me olvide, utilizo Richard, su verdadero nombre. Por la noche no puedo estudiar con él en el cuarto y acabo en el drug store, donde me dedico a fumar y a no hacer nada con los tipos que van allí a perder el tiempo.

Más que nada, lo que quiero es tener de nuevo la conciencia tranquila. Echo de menos la relación divertida y triste que durante un tiempo tuvimos él y yo, y que antes de que sucediera nunca hubiera creído posible. Pero ahora todo es tan distinto que no parece que esté en mi mano arreglarlo. A veces he pensado que si nos desahogásemos con una buena pelea, eso ayudaría. Pero no me puedo pegar con él porque tiene cuatro años menos. Y otra cosa más: a veces esa mirada suya me hace casi creer que, si pudiera, me mataría.

El aliento del cielo, 2012. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario