Sus ojos, imberbes todavía, miran con el brillo de lo novedoso la copia que el ferretero está realizando. Se siente como el guerrero al que le estuvieran haciendo una espada, arma que podrá guardar en su bolsillo y emplear cuando le venga en gana. Ya está, una vez terminada, su madre se la entrega para que la estrene. Nervioso, llega a casa, saca su llave del bolsillo, abre y, sin llegar a comprender del todo lo que sucede, cierra tras de sí la puerta de la infancia.
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