domingo, 16 de febrero de 2014

La trama. Jorge Luis Borges. Microrrelato.



Para que su horror sea perfecto, César, acosado al pie de la estatua por los impacientes puñales de sus amigos, descubre entre las caras y los aceros la de Marco Bruto, su protegido, acaso su hijo, y ya no se defiende y exclama: ¡Tú también, hijo mío! Shakespeare y Quevedo recogen el patético grito.
Al destino le agradan las repeticiones, las variantes, las simetrías; diecinueve siglos después, en el sur de la provincia de Buenos Aires, un gaucho es agredido por otros gauchos y, al caer, reconoce a un ahijado suyo y le dice con mansa reconvención y lenta sorpresa (estas palabras hay que oírlas, no leerlas): ¡Pero, che! Lo matan y no sabe que muere para que se repita una escena.

 
Fotografía: El asesinato de Julio César, de F.H. Fuger.

La misión del héroe. Tomás Borrás. Microrrelato.

El héroe tenía una misión que cumplir. Armando y con el caballo a la puerta, iba a partir para salvar a su pueblo. La esposa le imploró que renunciara a la hazaña:
–Puede costarte la vida. Confórmate con la vida y con el amor –le repetía llorosa, inclinada.
El héroe, para cumplir con su deber, sacó la espada y mató a la esposa, obstáculo, razón, debilidad.
Al volver a su hogar, después de la victoria, el héroe mandó encender el fuego y quemó, hasta carbonizarla, su mano derecha.


viernes, 14 de febrero de 2014

El hombre que aprendió a ladrar. Mario Benedetti. Microrrelato.



Lo cierto es que fueron años de arduo y pragmático aprendizaje, con lapsos de desalineamiento en los que estuvo a punto de desistir. Pero al fin triunfó la perseverancia y Raimundo aprendió a ladrar. No a imitar ladridos, como suelen hacer algunos chistosos o que se creen tales, sino verdaderamente a ladrar. ¿Qué lo había impulsado a ese adiestramiento? Ante sus amigos se auto flagelaba con humor: "La verdad es que ladro por no llorar". Sin embargo, la razón más valedera era su amor casi franciscano hacia sus hermanos perros. Amor es comunicación.
¿Cómo amar entonces sin comunicarse?
Para Raimundo representó un día de gloria cuando su ladrido fue por fin comprendido por Leo, su hermano perro, y (algo más extraordinario aún) él comprendió el ladrido de Leo. A partir de ese día Raimundo y Leo se tendían, por lo general en los atardeceres, bajo la glorieta y dialogaban sobre temas generales. A pesar de su amor por los hermanos perros, Raimundo nunca había imaginado que Leo tuviera una tan sagaz visión del mundo.
Por fin, una tarde se animó a preguntarle, en varios sobrios ladridos: "Dime, Leo, con toda franqueza: ¿qué opinas de mi forma de ladrar?". La respuesta de Leo fue bastante escueta y sincera: "Yo diría que lo haces bastante bien, pero tendrás que mejorar. Cuando ladras, todavía se te nota el acento humano”.

El hombre que aprendió a ladrar, de Mario Benedetti, en Despistes y franquezas, 1989.

 

El relámpago. Gibrán Jalil Gibrán. Microrrelato.



Un día de tormenta estaba un obispo cristiano en su catedral, y se le acercó una mujer no cristiana y le dijo:
-Yo no soy cristiana. ¿Existe salvación del fuego del infierno para mí?
El obispo miró y respondió:
-No, sólo se salvan los bautizados en el agua y en el espíritu.
Y mientras aún hablaba, un rayo cayó con estruendo sobre la catedral, y ésta fue invadida por el fuego.
Y los hombres de la ciudad llegaron corriendo y salvaron a la mujer, pero el obispo se consumió, alimento del fuego.


El fanático de Dios. Ramón Gómez de la Serna. Microrrelato.

Leía todas las oraciones de todas las biblias, de todos los libros sagrados, rezaba a todos los dioses y era zoólatra, idólatra, politeísta y monoteísta… Todo el día lo dedicaba a todos los cultos.
Y murió, y al entrar en el reino de las sombras se encontró con un Dios que no estaba citado en ninguna de sus teogonías, un Dios extraño y callado que le cogió y le amasó en la masa común, otra vez en el barro común.
 
El fanático de Dios, de Ramón Gómez de la Serna, en Disparates y otros caprichos, 2005.
 
 

jueves, 13 de febrero de 2014

Funámbulo en rayo de luna. Eva Sánchez Palomo. Microrrelato.



El funámbulo se ha calzado unos zapatos de estaño fabricados por él mismo. El metal plateado es resistente y maleable al mismo tiempo, se adapta a su pie, acaricia al rayo.

Asciende son seguridad, sin pértiga, haciendo equilibrio con los brazos, moviéndolos como si siguieran el compás de una extraña melodía.

El ritmo es constante, no puede acelerar ni reducir la marcha. Hacerlo sería perder el equilibrio, caer desde una altura cada vez más grande.

Cada paso es una afirmación, un recuerdo para su padre y su abuelo, que le metieron en el corazón y en la mente el gusanillo de la maniobra perfecta. Ahora no le ven, murieron hace años, pero él les dedica cada paso, cada roce sutil de su zapato contra el rayo.

Camina durante horas, sin levantar la vista, concentrado. Y llega a su destino exhausto, sin fuerzas más que para dejarse caer sobre el polvo blanco.

Se sienta a descansar justo en el borde mismo de la luna, dejando colgar los pies, como un niño  en una silla inmensa, y observa satisfecho, desde su altura, cómo empieza a amanecer allá abajo.


miércoles, 12 de febrero de 2014

Tuiteratura. Diciembre 2013. (I) Eva Sánchez Palomo.



La niña que mira al cielo lleva los ojos llenos de estrellas. 
La niña que mira al cielo puede volar con los ojos abiertos, agarrada a la cola de una estrella fugaz.

La niña que mira hacia el cielo se ve en el espejo, un reflejo de luna de plata.

La angustia de saberse monigote de papel en medio de la tormenta.

La música de la lluvia sobre los tejados suena a nostalgia de no caer sobre la tierra desnuda.

La realidad amaneció más borrosa que de costumbre. Con la tinta corrida, chorreando.

El monstruo del armario se ha mudado a la despensa. Allí puede comerse tranquilo las galletas.

El monstruo de la despensa duerme con la cabeza sobre un paquete de azúcar, y abrazando los cereales muy fuerte con sus tentáculos.

La galaxia de mi armario me acompaña por las noches con un sonido metálico, de planetas moviéndose.

La galaxia ha engullido al monstruo que la miraba, hipnotizado, con los tentáculos chorreando, dentro del armario.

Mi monstruo ya ha salido del armario. Se ha liado con el fantasma del desván. Su amor es de niebla y tentáculos.

He salido de la ducha y he aparecido en el Londres Victoriano, a orillas del Támesis una noche de mucha niebla.

Papel en blanco y pinturas para dibujar su destino. Dibujó estrellas doradas y una luna sonriente sobre un cielo añil.

Gastó años intentando escapar del laberinto hasta que descubrió que allí,en los pasadizos de altos muros, podría construir su hogar.