Leía todas las oraciones de todas las biblias, de todos
los libros sagrados, rezaba a todos los dioses y era zoólatra, idólatra, politeísta
y monoteísta… Todo el día lo dedicaba a todos los cultos.
Y murió, y al entrar en el reino de las sombras se
encontró con un Dios que no estaba citado en ninguna de sus teogonías, un Dios
extraño y callado que le cogió y le amasó en la masa común, otra vez en el barro
común.
El fanático de Dios, de Ramón Gómez de la Serna, en Disparates y otros caprichos, 2005.
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