Al despertarse, el emperador preguntó por Wei Cheng. Le
dijeron que no estaba en el palacio; el emperador lo mandó buscar y lo tuvo
atareado el día entero, para que no matara al dragón, y hacia el atardecer le
propuso que jugaran al ajedrez. La partida era larga, el ministro estaba
cansado y se quedó dormido.
Un estruendo conmovió la tierra. Poco después irrumpieron
dos capitanes, que traían una inmensa cabeza de dragón empapada en sangre. La
arrojaron a los pies del emperador y gritaron:
-¡Cayó del cielo!
Wei Cheng, que había despertado, la miró con perplejidad y
observó:
-Qué raro, yo soñé que mataba a un dragón así.
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