Todas las noches el ciego soñaba que disparaba un tiro al aire, y al rato aparecía su perro lazarillo con una perdiz entre los dientes.
La última noche la escopeta se quedó sin balas, el perro se fue con su jauría, y las perdices emigraron.
El ciego había apoyado su bastón en la sien, levantándose la tapa de las sombras.
Eugenio Mandrini. La vida repentina, 2014.
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