Descalza, desnuda, apenas
envuelta en la bandera argentina, Isadora Duncan baila el himno
nacional.
Una
noche comete esta osadía, en un café de estudiantes de Buenos
Aires, y a la mañana siguiente todo el mundo lo sabe: el empresario
rompe el contrato, las buenas familias devuelven sus entradas al
Teatro Colón y la prensa exige la expulsión inmediata de esta
pecadora norteamericana que ha venido a la Argentina a mancillar los
símbolos patrios.
Isadora
no entiende nada. Ningún francés protestó cuando ella bailó la
Marsellesa con un chal rojo por todo vestido. Si se puede bailar una
emoción, si se puede bailar una idea, ¿por qué no se puede bailar
un himno?
La
libertad ofende. Mujer de ojos brillantes, Isadora es enemiga
declarada de la escuela, el matrimonio, la danza clásica y de todo
lo que enjaule al viento. Ella baila porque bailando goza, y baila lo
que quiere, cuando quiere y como quiere, y las orquestas callan ante
la música que nace de su cuerpo.
Memoria del fuego III. El siglo del viento, 1986.
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