Zoilo Santiso era un escritor
la mar de tremendista. Los padres
de familia no dejaban a
sus hijas leer los libros de Zoilo Santiso.
-¡Niñas, -les decían-, no
leer las novelas de Zoilo Santiso, que no son aptas!
Entonces
las niñas decían que se iban a dar un paseo por Recoletos, se
metían en cualquier librería y se compraban una novela de Zoilo
Santiso, que después pasaba de mano en mano, como los partes de
guerra del enemigo en las retaguardias donde ya no quedan más que
discursos patrióticos y vanas esperanzas.
-¡Quememos
los libros de Zoilo Santiso! -decían los muchachitos que no habían
leído a Zoilo Santiso, pero que se fiaban del buen criterio de sus
mayores-. ¡Guerra a Zoilo Santiso, escritor asqueroso y tremendista!
¡Guerra!
Zoilo
Santiso, en el fondo, era un buen muchacho, o, por lo menos,
procuraba serlo. De pequeño había pasado la escarlatina, y desde
entonces le habían quedado unos puntos de vista algo diferentes a
los de sus tías, las hermanas de mamá y papá.
-Zoilo
es bueno _-aseguraban sus tías de ambos lados, que no eran
excesivamente originales-; lo que pasa es que dice esas cosas que
dice sin sentirlas; las dice para parecer mayor.
-¡Pero,
mujer, tía -les objetaba algún primo de Zoilo-, si Zoilo ya tiene
cerca de cuarenta años!
-¡No
importa, no importa! ¡A Zoilo siempre le gustó mucho parecer mayor!
Zoilo
Santiso se había hecho escritor tremendista por puro milagro. Esto
de los escritores es una cosa muy complicada, y cada cual sale por
donde puede o por donde lo dejan. A Zoilo Santiso lo que le hubiera
gustado era ser torero o cantor de tangos, pero se hizo escritor
porque es más fácil y, además, porque no se necesita arte, ni
valor, ni voz, ni sentimiento, ni nada. Para ser escritor no se
necesita nada. La prueba es que uno va a los cafés y se los
encuentra llenos de escritores escribiendo dramas y artículos,
tomando café con leche y haciendo aguas.
Zoilo
Santiso se hizo escritor, y después, como no era un «artífice de
la palabra», se especializó en el tremendismo, rama en la que por
decir las cosas como son, ya se cumple.
-Eso
ni es arte ni es nada; eso es ganas de tomar el pelo a la gente
-decían algunos lectores de esos que llevan lentes de pinza-; decir
las cosas como son está al alcance de cualquiera; el mérito es
decirlas finamente.
Zoilo
Santiso, que era un hombre humilde, nunca dudó que sus mañas no
pudiera tenerlas cualquier hijo de vecino.
«A
mí me parece que esto es fácil -pensaba-, que no tiene mayor
complicación. ¿Qué se quiere decir «Pepito estaba bebiendo vino»?
Pues se dice «Pepito estaba bebiendo vino», y en paz. Lo que sí
tiene más mérito sería decir: «El joven Pepe libaba del morado
elemento»; lo que pasa es que esto es una estupidez que no se la
salta un gitano.»
Zoilo
Santiso, a veces, sentía preocupaciones estéticas. Lo que le
salvaba es que era corto de alcances, y en cuanto le daba dos vueltas
a las cosas en la cabeza, ya ni se entendía.
Zoilo
Santiso, a pesar de lo burro que era, tenía muchos enemigos, y
algunos escritores pornográficos, cuando llegaron a viejos, le
publicaban edificantes articulitos en los papeles diciéndole que
había que ser más moral y más decente, y que eso del tremendismo
debía ser prohibido como la morfina o la cocaína, pongamos por
caso.
El
pobre Zoilo Santiso, cuando leía esas cosas, como era presuntuoso de
natural, siempre se daba por aludido y pasaba muy malos ratos.
Su
señora, para animarlo un poco, le decía:
-No
te preocupes, Zoilo querido, cuando se meten contigo señal de que
vales; si no valieses nada, no se ocuparían de ti y te dejarían
tranquilo, tenlo por seguro.
-Ya,
ya; pero, mira, yo preferiría valer algo menos y que no me dijesen
esas cosas. ¡Qué quieres! ¡Uno es un espíritu sensible!
Zoilo
Santiso, de una vez que quiso escribir unas cuartillas más puestas
en razón, le salió semejante barbaridad que no se atrevió ni a
publicadas.
Esto
de los estilos es algo bastante misterioso, algo que no se puede
remediar ni aunque se quiera. Esto de los estilos es como tener
granos.
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