lunes, 13 de febrero de 2023

Calle de la cabeza, Madrid. José María Merino.

Durante el reinado de Felipe III vivía en esta calle, asistido por un criado, un sacerdote que al parecer era poseedor de muchas riquezas. Una noche, el criado asesinó al sacerdote, decapitándole, y tras recoger todo el oro y las joyas que encontró en la casa huyó a Portugal.
Pasaron los años y, cuando aquel crimen impune había sido olvidado, el criado, hecho ya un caballero gracias a las riquezas sangrientamente adquiridas, regresó a Madrid en la convicción de que no sería reconocido por nadie.
Un día que el flamante caballero recorría las calles del Rastro, las cabezas de carnero que se ofrecían en una carnicería le recordaron que era ése uno de los platos de su preferencia en sus antiguos tiempos de criado, y decidió comprar una y llevársela a su casa para que se la cocinasen.
Llevaba el hombre la cabeza en un capacho oculto bajo la capa, ignorante de un rastro de sangre muy copioso que iba dejando tras de sí. A la vista de aquella sangre un alguacil lo detuvo para conocer lo que ocultaba bajo la capa. El hombre sacó el capacho y mostró su contenido, pero la cabeza de carnero se había convertido en la cabeza de aquel sacerdote a quien asesinara tantos años antes, cuyos ojos fijos lo miraban acusadoramente.
Horrorizado, el antiguo criado confesó su crimen y fue juzgado y condenado a muerte. Se dice que, en el mismo momento de su ajusticiamiento, aquella cabeza prodigiosa que había sido la prueba del crimen volvió a ser la de un carnero común y corriente.

Leyendas españolas de todos los tiempos. 2000.

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