1.
Tú eras cojo,
Tirteo. Así estos cantos
a los que faltan
pies, pero no el alma.
2.
¿Qué tienes, dime,
Musa de mis cuarenta años?
-Nostalgias de la
guerra, de la mar y el colegio.
3.
Vi marcharse mi Musa
en traje de soldado.
-Ahora, ten esa voz.
Si la sostienes,
la verás verdecer,
luego, en las nubes.
-Oh, Musa!…
Una humareda
me la quitó
dejándome este acento.
4.
Musa mía, te vi, ya
entre dos luces,
pisoteada,
magullada, herida,
torcer, por las
afueras de la muerte,
al campo solo, al
mundo solitario.
5.
Triscaba Europa al
borde de sus ríos
cuando fue
arrebatada a los infiernos.
6.
¡Ay, raza, de qué
raza, de qué madre!
7.
¿En dónde está
ese vientre, triste cueva,
ese varón, aquel
instante oscuro?
8.
¿Era hombre, era
hembra, fue un momento?
¿Es que
desvariaban, desasidas,
fuera de sí,
sangrantes, las entrañas
de la tierra? ¿Es
que pudo
degajársele al
Tiempo un sólo grano
para ese parto
oblicuo de las sombras?
9.
En el día de la
ira,
las bocas de las
madres bajarán a los vientres.
10.
Habrá matriz gozosa
que conciba
una bala, un puñal
premeditados.
11.
Yo te defenderé.
-¿De qué manera,
si tú mismo te
arrancas,
cada vez que eso
dices,
pálido, osado, un
diente?
12.
¡Adelante!
¡Adelante!
(Y eran muertos
los que sólo en sus
nieblas le seguían.)
¡Adelante!
(Y su voz
era ya de los
muertos que se la repetían.)
13.
Tú eres la hija de
la nieve humana.
Y hay que ser fuego
puro,
alta llama continua,
para ser merecida
brasa tuya.
14.
Una bala y dos
metros de tierra solamente
-les dijeron.
Y el campo
dio en vez de trigo
cruces.
15.
Y el soldado en la
nieve pensó que era palmera
y que se le llenaban
de dátiles los brazos.
16.
Y aquel alférez del
desierto iba
sonámbulo entre
sombras congeladas de pinos.
17.
¿Qué es un niño
en la nieve? ¿Qué es un niño
llorando, solo, en
busca de su aldea?
18.
Hay muertos cuya paz
merecía
ser quebrantada
todas las auroras.
19.
Yace el soldado. Un
perro
sólo ladra por él
furiosamente.
20.
Yace el soldado.
Vino
a preguntar por él
un arroyuelo.
21.
Yace el soldado. El
bosque
baja a llorar por él
cada mañana.
22.
Yace el soldado. Un
niño
vino en el aire a
hablarle de su aldea.
23.
Yace el soldado.
Nadie
pudo saber su
nombre. Y le pusieron
el de un pueblo
caído en un barranco.
24.
Párate aquí,
vilano. Detente, vientecillo.
¿Es alguno capaz de
recordarme?
25.
Yo fui soldado,
huesos
para la encarnadura
de la patria.
26.
No tengo patria.
Puedes
sembrar mis huesos
junto a cualquier río.
27.
Morir al sol, morir,
viéndolo arriba,
cortado al
resplandor
en los cristales
rotos
de una ventana sola,
temeroso su marco
de encuadrar una
frente
abatida, unos ojos
espantados, un
grito…
Morir, morir, morir,
bello morir, cayendo
el cuerpo en tierra,
como
un durazno ya dulce,
maduro, necesario…
28.
Pensé que al toque
de diana iban
regresando los
hombres a su alma.
29.
¡Qué tristeza
cantar mordiéndose los dientes,
poniendo cabezal a
las palabras,
cincha al libre
latido de la lengua,
cedazo al estruendo
de la sangre!
30.
Suéltate, boca,
pues que ya no puedes
sufrir más los
cerrojos que te han puesto.
31.
Días en que la
frente es una piedra
anhelante de herir
en mil pedazos.
32.
¿Y por qué si yo
oculto en el pecho una espada
no he de ocultarla
dentro del pecho de los otros?
33.
Tal vez llore algún
día
estas bridas que
aquí matan mis versos.
34.
Tú eras la Poesía.
Recién parida,
fuerte, dando saltos,
plantando el sol
sobre una tierra insigne.
¿Qué fue de ti,
radiosa transplantada?
35.
En tus manos el
mirto era tan verde
que nunca creció
fuego
que hablara más
lozano.
36.
Fue a ver su casa
aquella tarde. El lecho
donde el amor oyera
el alba tantas
veces,
desmantelado,
hundido,
entre montes de
arena.
Todavía la lámpara,
la grieta del
espejo,
la mesa rota, el
libro…
Y la puerta, un
soldado
ausente, que
cantaba:
-Aunque le tire al
mar,
el barco que anda en
la tierra,
en tierra se ha de
quedar.
37.
¡Oh, tapadme los
ojos! ¡Aún más!
Y seguí viendo
a través del
espanto helado de las manos.
38.
Sí, Baudelaire, yo
fui poeta de combate…
pero de esos del mar
y el verso como puño.
39.
¿Será posible un
odio en carne viva
los años y los
años?
40.
¿Ha pasado ya un
siglo? Y no han pasado
-¡oh, llanto! -ni
siquiera 2.000 días.
Poemas del destierro y de la espera, 1976.
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