Se fue hoy, se dice que definitivamente, para su tierra natal, el llamado ayudante de la oficina, el mismo hombre al que me había habituado a considerar como parte de esta casa humana, y, por lo tanto, como parte de mí y del mundo que considero mío. Se marchó hoy.
En el pasillo, al encontrarnos por casualidad para la esperada sorpresa de la despedida, le di un abrazo tímidamente correspondido, y tuve contra-alma bastante para no llorar, como, en mi corazón, deseaban sin mí mis abrasados ojos.
Cada cosa que fue nuestra, aunque sólo fuera por los accidentes de la convivencia o de la vista, por haber sido nuestra se convierte en nosotros. Así, el que hoy se fue a una tierra gallega que desconozco, no fue, para mí, el ayudante de la oficina: fue una parte vital, por visual y humana, de la sustancia de mi propia vida. Hoy he sido disminuido. Ya no soy exactamente el mismo. El ayudante de la oficina se ha marchado.
Todo aquello que acontece en el dónde en que vivimos, en nosotros mismos acontece.
Todo lo que cesa en lo que vemos, en nosotros cesa. Todo lo que ya fue, si lo vimos cuando estaba siendo, de nosotros fue arrancado cuando partió. El ayudante de la oficina se ha marchado.
Me siento hoy en mi mesa más pesado, más viejo, menos voluntarioso, y empiezo la continuación de lo que escribí ayer. Pero la vaga tragedia de hoy me interrumpe, con meditaciones que tengo que dominar con gran esfuerzo, el proceso automático de la escritura como debe ser. No tengo ánimos para trabajar sino porque puedo, con una inercia activa, ser esclavo de mí mismo. El ayudante de la oficina se ha marchado.
Mañana, sí, o cualquier otro día, o cuando quiera que para mí suene la campana sin sonido de la muerte o de mi marcha, yo también seré el que ya no está aquí, copista antiguo que será colocado en el armario de debajo del vano de la escalera. Mañana, sí, o cuando diga el Destino, tendrá su fin lo que en mí fingió ser yo mismo. ¿Me iré a mi tierra natal? No sé adónde iré. Hoy la tragedia se hace visible por la ausencia, sensible por no merecer que se sienta. Dios mío, Dios mío, el ayudante de la oficina se ha marchado.
Libro del desasosiego, 1982.
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