miércoles, 14 de mayo de 2025

Mi pecera. Jean Ferry.

Hace algún tiempo que anidan en mí pensamientos suicidas. Tengo que decir que salgo de ellos bastante airoso.
De día no dicen nada, duermen en su cajita de ébano. Pero cuando cae la noche y levanto la tapa, hay que ver cómo todo aquello bulle y se agita alegremente.
Tienen las cabecitas planas, blanquecinas y triangulares, como ciertas agujas de fonógrafo, agujas de un modelo que creo olvidado. Son unos animalitos monísimos y muy fáciles de alimentar. Se comen todo lo que les doy: tristezas, dientes arrancados, heridas de amor propio o no, preocupaciones, deficiencias sexuales, sofocones, pesares, lágrimas sin derramar, falta de sueño, todo eso se lo tragan de un bocado, y piden más. Pero lo que más les gusta es mi cansancio; y es una suerte, porque no corren peligro de quedarse sin existencias. Los atiborro de cansancio, no se lo pueden acabar y siempre me queda más, nunca podré librarme de él.
Me dicen que hago mal cebándolos así, que la cosa acabará mal, que engordarán demasiado y se saldrán de su caja, pero guardo la caja en un cajón que está siempre cerrado con llave, el de la cómoda grande, la del grueso tablero de mármol. En otro tiempo, la vieja Marie desparramaba los caramelos sobre ese mármol.
Aunque saliesen de la caja y corriesen por el cajón, no creo que consiguieran levantar ese tablero de mármol. Es verdad que nunca se sabe, pero ¿qué voy a hacer si no con todo este cansancio?

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