¿Sobre qué? ¿La prensa? Sigan, sigan. Ya sé a qué vienen. ¿Van a tomar fotos? Espere, espere, quiero arreglarme un poco el cabello… ¡Ya, estoy lista! Sí, yo trabajé en esa casa de locos. No dormía allá porque Bernardo no me dejaba. ¿Quién? ¿Bernardo? Es mi marido… ¡Mi segundo marido! Mire su foto en la pared, el tercero a la derecha… Sí, a mí me tocó lidiar con esa bestia. Nadie quería hacerse a ese trabajo, ni siquiera la hermana, que decía quererlo tanto. Quizás tenía miedo. Bueno, todos tenían miedo de entrar a ese cuarto. A mí me tocaba limpiarlo y llevarle la comida podrida que tanto le gustaba. ¿Cómo? No, lo que limpiaba era el cuarto. Bueno, yo lo vi pocas veces, porque vivía metido debajo de la cama. Cierta vez intentó atacarme, pero con una silla y la escoba lo esperé, decidida a destriparlo. ¡Ja! Apenas me vio, el pedazo de bicho corrió nuevamente debajo de la cama, y allí mismo fui y le eché su buena cantidad de polvo para que aprendiera. Y no lo volví a ver, hasta el día en que lo encontré reventado… Claro que a mí me daba sentimiento: tan joven que era. Y buen mozo, además. Yo no sé por qué no tenía novia. Raro, ¿no? De cualquier forma, yo les serví lo mejor que pude, ayudándolos en semejante desgracia, consolando a la Señora Samsa que, cuando me veía salir del cuarto, me disparaba mil preguntas sobre él. Yo era la única que podía hacer ese trabajo. ¡Ingratos! El mismo día que reventó, me echaron a la calle. Malagradecidos… ¿Otra foto? Bueno. ¡Ojalá salga en primera página!

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