Cada noche, cuando me lavo las manos si lo hago con agua tibia (con agua fría nunca sucede), mis dedos escapan uno por uno, y se ponen a nadar en el lavabo y remontan la corriente de la llave, cual pequeños y morenos salmones. Al ver esto me desespero, y trato de atraparlos, siempre con infinitos e infructuosos esfuerzos pues no tengo dedos (todos están nadando) con que retenerlos: después lloro, y al oírlo mi madre entra y jalándome una oreja, me dice: “Oye bien esto, loco, si vuelves a sacar de su estanque los peces de tu tía y los enjabonas y te los quieres poner en los dedos, no te dejaré salir de tu cuarto en un mes”.
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